El último recurso de Venecia ante la marabunta de turistas: rastrear sus teléfonos y obligar a reservar

Venecia ha sido durante mucho el parque de atracciones de Europa. Como una marabunta de hormigas armadas con cámaras de fotos, los turistas desembarcaban de los cruceros arrasando con todo a su paso. Y entonces llegó la pandemia. Eso ahuyentó a los visitantes y algunos venecianos se permitieron soñar con una ciudad diferente, una que les perteneciera tanto a ellos como a los turistas que los empujan fuera de la tranquilidad de sus plazas o de sus apartamentos, ahora convertidos en Airbnb.

De vuelta a la normalidad, al ruido, el Ayuntamiento de la ciudad está llevando el control de masas a un nuevo nivel, impulsando soluciones tecnológicas para rastrear los móviles de los turistas y sus movimientos. Y lo más importante: establecer reservas para visitar la ciudad.

Las medidas. Utilizando 468 cámaras de circuito cerrado de televisión, sensores ópticos y un sistema de rastreo de teléfonos móviles, pueden distinguir a los residentes de los visitantes, a los italianos de los extranjeros, de dónde vienen las personas, hacia dónde se dirigen y qué tan rápido se mueven. El objetivo: evitar la aglomeración. El alcalde y sus aliados dicen que el plan es crear una ciudad más habitable para los asediados venecianos. "O somos pragmáticos o vivimos en un mundo de hadas".

Muchos residentes ven los planes para controlar los movimientos de la gente como distópicos. "Es como declarar de una vez por todas que Venecia no es una ciudad, sino un museo", decía un artista y fotógrafo en este reportaje de The New York Times. Sin embargo, muchos dicen que las soluciones de alta tecnología no devolverán a sí misma una Venecia más auténtica. En cambio, temen que les robe algo del romance que queda.

Tecnología punta. Por toda la ciudad han instalado cámaras de alta definición. El software rastrea la velocidad y trayectoria. Y en una sala de control, los funcionarios de la ciudad examinan los datos telefónicos recopilados de los turistas y de casi todos en Venecia. El sistema está diseñado para analizar la edad, el sexo, el país de origen y la ubicación previa de esas personas. "Sabemos minuto a minuto cuántas personas pasan y adónde van. Tenemos el control total de la ciudad", explicaba Simone Venturini, el principal funcionario de turismo de la ciudad.

Con reserva o a casa. Para el próximo verano planean instalar puertas —durante mucho tiempo debatidas— en algunos puntos de entrada clave. Los visitantes que viajen solo por un día deberán reservar con anticipación y pagar una tarifa para acceder a la ciudad. Y si se llena el aforo, algunas reservas serán rechazadas.

Es decir, si se esperan multitudes en ciertos días, el sistema sugerirá itinerarios alternativos o fechas de viaje. Y la tarifa de admisión se ajustará para cobrar una prima, hasta 10 euros en los días de alto tráfico.

¿Privacidad? A los líderes de la ciudad no les preocupa lo que puedan opinar algunos críticos sobre la invasión de privacidad y explican que todos los datos del teléfono se recopilan de forma anónima. La ciudad está adquiriendo la información en virtud de un acuerdo con TIM, una compañía telefónica italiana que, como muchas otras, está capitalizando la mayor demanda de datos por parte de las fuerzas del orden, las empresas de marketing y otras empresas.

De hecho, los datos de los venecianos también se están barriendo, pero los funcionarios de la ciudad dicen que están recibiendo datos agregados y, por lo tanto, insisten en que no pueden usarlos para seguir a las personas. Y la idea central de su programa, dicen, es rastrear a los turistas, a quienes  pueden detectar por el poco tiempo que permanecen en la ciudad.

Los vecinos, hartos. Después de todo, Venecia es, en muchos aspectos, una ciudad en vías de extinción. Muchos vecinos se sienten frustrados por tener que viajar al continente para comprar camisetas porque las tiendas de souvenirs que venden vidrio de Murano falso han expulsado los negocios que atienden a los lugareños.

Y bueno, también están cansados ​​de que los turistas les pregunten dónde pueden encontrar la Plaza de San Pedro, que en realidad está en Roma. Pero sobre todo: ​​de los políticos locales que ordeñan la ciudad por el dinero del turismo sin tener en cuenta las necesidades de los residentes.

Imagen: Unsplash

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