Shirley Jackson, la cazadora de monstruos cotidianos a quien debemos 'La maldición de Hill House'

Paradójicamente (o no: ya se sabe cómo funciona esto de la crítica, la alta y baja cultura, las artes y las letras), el respeto en ámbitos literarios que se le tiene a Shirley Jackson viene principalmente de un relato de 1948 que generó en el momento de su publicación una controversia sin precedentes. 'La lotería' era un crudo, abstracto y desasogante retrato de la intolerancia que no funcionaba exactamente como historia de miedo, aunque no vamos muy desencaminados si decimos que es una de sus invenciones más aterradoras.

Pero dejando aparte este hito absoluto, Shirley Jackson había sido desdeñada por ser una mujer, por llevar una vida que se salía de los tópicos al uso de la bohemia literaria (a lo Sylvia Plath) y por escribir terror, por personal que fuera su aproximación al género.

El estreno y notable éxito (sí, también crítico) de 'La maldición de Hill House' en Netflix está consiguiendo que la obra de Jackson, sin embargo, se celebre como un hito de la literatura moderna. Sin etiquetas de "autora de terror". Ocasionalmente escribía historias de género, desde luego, y sus grandes obras pertenecen a él. Hasta el punto que Stephen King, en su imprescindible ensayo sobre el miedo en la cultura pop 'Danza macabra' la nombraba como una de sus principales influencias. Esta influencia ha cristalizado, por cierto, en la adaptación de Netflix, que es una estupenda (aunque argumentalmente muy libre) adaptación de la historia de Hill House, pero también una inteligente y sutil forma de poner en contacto los temas y obsesiones de ambos escritores.

Con el éxito de la serie de Netflix conviene reubicar en su justo lugar a una autora peculiarísima y muy personal, que usó fantasmas y brujería para hablar de la opresiva cotidianeidad que sufría la mujer americana de la época. Una época en la que se consideraba que la gran literatura de su país era la que escribían Saul Bellow, Philip Roth o Norman Mailer, pero nunca una ama de casa obsesionada con la impronta fantasmal que un pasado turbulento puede dejar en nuestras vidas. Impronta que no venía filtrada por los valores humanistas de la historia de fantasmas, sino por una peculiarísima, sarcástica y resignada misantropía.

Una escritora con cuatro hijos, un marido y siete mascotas

Hace poco más de cien años que nació Shirley Jackson, que murió jovencísima de un ataque al corazón, con solo 48 años. Vivió encerrada y cuidando de su prole y su casa mientras su marido ayudaba a mantener la economía doméstica a flote (aunque ella ganaba más) con su ocupación de crítico literario y profesor de universidad. Con una mezcla de sarcasmo y desesperación, diría en una conferencia (que puedes leer en el recomendabilísimo 'Cuentos escogidos', que también incluye 'La lotería'):

Soy una escritora que, por una serie de errores de juicio propios de la ingenuidad y la ignorancia, se ve sumida en una familia con cuatro hijos y un marido**, en una casa de dieciocho habitaciones, sin tener ninguna ayuda, con dos gran daneses y cuatro gatos y (si ha sobrevivido hasta hoy) un hámster.

Declaraciones que aún hoy serían consideradas problemáticas, por decirlo de forma suave.

Pero fue esa vida reclusiva, aislada, observadora, la que hizo que de sus manos brotaran sus mejores páginas, con un estilo que no rehuía el sarcasmo o la parodia, pero tampoco el lirismo metafórico. Por ejemplo, una serie de textos acerca de las dificultades de compaginar su trabajo con la educación de cuatro críos se recopilaron en el libro de textos de título cariñosamente demoledor 'Life Among The Savages' (Vida entre los salvajes). Pero el traslado a la minúscula comunidad de North Bennington, un pequeño pueblo de Vermont, el sentirse asfixiantemente observada y juzgada le inspiró parábolas casi antisociales como 'La lotería'.

Jackson escribía obsesivamente, lo que le llevó a teclear en las horas que le robaba al sueño y a las tareas domésticas, así como a llenar la casa de pequeñas notas con ideas para historias. Publicó un centenar de relatos, seis novelas y multitud de ensayos y aunque posiblemente no tuvo una vida privada del todo feliz (cuando falleció después de unos últimos años con agorafobia y sumergida en la adicción a la comida, el alcohol y el tabaco, su marido se casó en menos de un año con una de sus alumnas, que compartía clase con su hija), su biografía no difiere demasiado de la de tantas amas de casa de su época.

Aunque su inmersión en el mundo de la literatura y su renuncia a convertirse en una cuidadora de niños más la llevó a tener una vida doméstica, pero peculiar. Si te interesa su biografía te recomendamos el extraordinario y reciente volumen 'Shirley Jackson: A Rather Haunted Life', de Ruth Franklin.

Posiblemente fue esa vida doméstica lo que le llevó a bañar de cotidianeidad los horrores que plasmaba en sus novelas. Los fantasmas en 'La maldición de Hill House' y la brujería en el caso de 'Siempre hemos vivido en el castillo' no son fenómenos sobrenaturales estrafalarios o concebidos por Jackson para impactar al lector con la irrupción de lo horrible en lo cotidiano. Más bien son derivaciones de la normalidad, espectros o manipulaciones de la realidad mediante hechicería.

Lo que los hace aún más inquietantes: no hay apenas diferencias entre lo cotidiano y lo raro, porque ambos se entremezclan en un día a día que, para Jackson, siempre oculta algo de perverso.

'La lotería': ojo con los vecinos

Como decimos, 'La lotería' es el relato de Shirley Jackson más celebrado por la crítica tradicional, y es sencillo ver por qué: la aplastante cotidianeidad en la descripción de un sorteo en un pueblo, al que están obligados a participar todos los lugareños, y que acaba de forma terrible pero, de nuevo, absorbida por la normalidad de esta especie de ritual sin elementos sobrenaturales. Jackson, como hace siempre, no subestima al lector, y aunque no escamotea ningún dato vital para entender la trama, deja la interpretación del cuento completamente en sus manos.

¿Cuánto tiempo lleva celebrándose este ritual, mezcla de costumbre ancestral y proto-burocracia? ¿Cómo es que nadie señala sus horribles implicaciones? Y sobre todo... ¿por qué se lleva a cabo esta lotería?

'La lotería' se publicó en junio de 1948 en New Yorker (que, por cierto, acaba de liberarlo, así que puedes leerlo en inglés), donde la autora publicaba a menudo sus relatos, y fue recibido con una respuesta negativa prácticamente inmediata. Durante el verano, la revista recibió más correo relativo al cuento que por cualquier obra de ficción publicada antes. Exigían explicaciones que aclararan el sentido del relato o (paradójicamente, teniendo en cuenta su obvia crítica a los linchamientos) que la autora fuera despedida por escribir un cuento abiertamente inmoral y ambiguo. Muchos lectores se dieron de baja en su suscripción y Jackson, que recibió centenares de cartas durante meses, recopila algunas de las reacciones, divertidas y terribles por igual, en una de sus charlas más famosas.

Con una ingenuidad que hoy nos parece inconcebible, pero por la que no ha pasado tanto tiempo, muchos de los lectores preguntaban cómo era posible que estos horribles rituales se practicaran en pleno siglo XX, sin percibir que el relato de Jackson era ficción.

Y como decía la autora, lo más asombroso es que antes de que comenzara a abundar *el abuso verbal puro y duro en las cartas, muchas de ellas (recibió una docena al día durante todo el verano) preguntaban dónde se celebraban esas loterías, intentaban deducirlo por detalles del relato completamente arbitrarios y (¡cómo no!) preguntaban si era posible asistir a uno de estos sorteos como espectador. ¡O quien sabe si como algo más!

Se trata de un relato tan importante por sus valores literarios como por la respuesta que suscitó. En el primer apartado, es el ejemplo perfecto de la mirada de Jackson, precisa pero apasionada, centrada en mujeres y niños como secreto para descifrar las injusticias sociales. Y en el segundo (en una circunstancia que no mejoró cuando el marido de la escritora bromeó diciendo que se había casado con una bruja, declaración que los medios abrazaron, por supuesto, de la peor forma posible) es un espejo perfecto entre lectores indignados y la ficción que critican.

'La maldición de Hill House': los fantasmas del pasado

Se ha dicho, con total justicia, que la adaptación de Netflix de la obra más conocida internacionalmente de Jackson es, argumentalmente, poco fiel a la novela en la que se inspira. Es cierto: la serie cuenta cómo un hecho terrible en la casa encantada de Hill House traspasa las vidas del matrimonio y los cinco hijos que estaban pasando unos meses allí, e impacta en el presente, en la misma familia, fragmentada por los sucesos inconcebibles que tuvieron lugar allí.

La novela de Jackson, sin embargo, se centra en un grupo de investigadores paranormales que acuden a descifrar el encantamiento de Hill House. La novela se acomoda en la narrativa gótica de fantasmas, siempre al estilo Jackson (que convirtió su libro en un referente para todas las ficciones posteriores con mansiones encantadas), pero haciendo que la casa sea un personaje más, con habitaciones mutantes, pasillos sin final y laberintos de arquitectura imposible.

Sin embargo, el personaje que le interesa a Jackson es Eleanor, una mujer extremadamente sensitiva y frágil, capaz de entablar una relación personal con lo extraño (o no: la novela no deja claro hasta qué punto sus percepciones son fruto de una psique transtornada) que vive asfixiada por las exigencias sociales. Se trata de uno de los muchos personajes femeninos típicos de la autora, que siempre se centró en las mujeres y consideró a los hombres, básicamente, recursos argumentales más o menos estereotipados.

No es difícil establecer un paralelismo con la propia Jackson, hija no deseada y que como Eleanor vivía atormentada por una relación muy conflictiva con su madre, que nunca aprobó su interés en la literatura.

En Hill House hay fantasmas, por supuesto, pero Jackson no subraya lo tétrico o lo horrible de las apariciones: los presenta como plasmaciones fugaces de los traumas del pasado, cuyo eco sigue impactando en a través de los años. Es decir, lo que ya cultivaron clásicos como Henry James o MR James, o las decenas de autores victorianos consagrados a hablarnos de la vida en ese umbral de la existencia entre los vivos y los muertos. Pero Jackson lo hace de forma mucho más lírica y subjetiva. Y no sin sorna, cede el protagonismo a unos investigadores paranormales para presentarnos hechos sobrenaturales dudosos y empapados de subjetivismo, porque eso son para ella los espectros: al fin y al cabo, si son el eco de nuestros traumas, qué puede haber menos fiable y tangible.

'Siempre hemos vivido en el castillo': sapos y culebras

Mi novela favorita de Shirley Jackson, de 1962, es también la menos conocida. Posiblemente, no por mucho tiempo, debido a la adaptación que llegará a la gran pantalla en los próximos meses. Ya se ha visto en algún festival y cuenta con un reparto sencillamente perfecto, encabezado por Taissa Farmiga, Alexandra Daddario y Crispin Glover. Encarnaciones audiovisuales aparte, es una de las historias más sugestivas y enigmáticas de Jackson, y merece tantos aplausos o más que la más mediática 'Hill House'. Nada menos que Dorothy Parker calificó al libro de "milagro" en las páginas de 'Esquire'.

En 'Siempre hemos vivido en el castillo' conocemos a las hermanas Blackwood, que viven aisladas en la casa familiar en compañía de un gato y de su enajenado tío Julian. Hay una animadversión de la gente del pueblo hacia las hermanas: la mayor Constance, que no sale de casa, y la menor y asilvestrada Merricat, una brujita que lleva a cabo pequeños rituales inofensivos para proteger lo que queda de la familia, ya que sus padres murieron tiempo atrás en circunstancias extrañas.

Descubriremos (o no: la narración es aquí aún más pantanosa y poco fiable de lo que ya lo era en 'Hill House') cómo fallecieron, si Merricat tiene auténticos poderes mágicos y a qué se debe la fobia social de Constance.

De nuevo encontramos una conexión muy peculiar entre la protagonista del libro, Merricat (una de las creaciones más singulares y cautivadoras de la literatura fantástica moderna) y la propia Shirley Jackson, que reconoció en alguna entrevista que desde pequeña llevaba a cabo pequeños rituales con elementos de la naturaleza, en cierto sentido vinculados a los preceptos de la wicca (aunque no exactamente). No era del todo cierto, por supuesto: a Jackson le fascinaba torear a la prensa y juguetear con la imagen que ésta se había formado de ella, incapaz de categorizarla con exactitud.

Pero no solo eso: el comportamiento asocial pero muy ligado a su familia, su vida atada a la rutina doméstica y su obsesión con los fantasmas del pasado enlazan de forma indeleble a personaje y autora.

'Siempre hemos vivido en el castillo' es el mejor legado de las virtudes de Shirley Jackson, que escribía cuentos de terror sobre niños acosados por brujas o novias que no localizaban a prometidos diabólicos el día de su boda. Pero sumergidos en inquietantes (a veces asfixiantes) reflexiones acerca de cómo el auténtico horror es la indomesticada psique de cada cual (y si eres mujer, pare usted de contar): los temores cotidianos, las herencias familiares de las que no somos capaces de desembarazarnos, los compromisos que no queremos y las relaciones que no pedimos. Nada más espeluznantes que nuestros propios fantasmas, y sobre ellos escribió Shirley Jackson como nadie.

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