Quedarte en casa y no poder ir a cafeterías o a bares está matando tu creatividad

Mientras que la pandemia ha supuesto el cierre temporal o definitivo de miles de pequeños negocios, la desaparición de la cafetería de la esquina significa algo más que destrucción de empleos. También representa una pérdida colectiva de creatividad.

Los investigadores han demostrado cómo la creatividad puede estimularse haciendo ejercicio, con el descanso y con la lectura. Pero otro catalizador de la creatividad son las interacciones espontáneas con amigos, conocidos y completos desconocidos. Con el cierre de las cafeterías, sin mencionar otros lugares como bares, bibliotecas, gimnasios y museos, esas oportunidades desaparecen.

Es obvio que no todos los encuentros fortuitos acaban en ideas brillantes. Sin embargo, a medida que vamos de un lugar a otro, todo breve encuentro social planta una pequeña semilla que puede germinar en una nueva idea o inspiración. Perderse los encuentros fortuitos y las observaciones esporádicas que estimulan nuestra curiosidad y los momentos de "eureka", hace que las nuevas ideas, grandes y pequeñas, se queden sin descubrir.

Famosos artistas, escritores y científicos son vistos a menudo como si sus ideas y sus obras provinieran de una mente singular. Pero es falso: las ideas de poetas, matemáticos y teólogos huraños surgen de conversaciones más profundas entre iguales o surgen de las reacciones al mundo en el que viven. Tal y como Steven Johnson escribía en su libro Las buenas ideas, el "truco para tenerlas es no sentarse en una ensalzada soledad y tratar de tener grandes ideas", sino que recomienda "salir a pasear", "abrazar las casualidades" y "frecuentar cafeterías y otros lugares donde se consumen bebidas".

Al igual que los escritores independientes actuales pueden usar las cafeterías a modo de oficina improvisada, fueron las casas de té y los cafés de Londres del siglo XVIII los que impulsaron el Siglo de las Luces. Entonces, al igual que ahora, las personas sabían de forma intuitiva que eran "más productivas o más creativas cuando trabajaban en las cafeterías", según David Burkus, autor de "Los mitos de la creatividad". Tal y como demuestran los estudios, no es la cafeína, sino la gente. El simple hecho de estar rodeado de otras personas que están trabajando puede motivarnos a hacer lo propio.

En otras palabras, la creatividad es social.

Un café parisino tal y como lo imaginó Repin.

También depende del contexto. El entorno a nuestro alrededor juega un papel oculto, pero crucial. Investigadores arquitectónicos del Reino Unido, por ejemplo, hallaron que el diseño de las aulas tiene un impacto en la velocidad de aprendizaje de los estudiantes. Se dieron cuenta de que las características de un aula, como el mobiliario y la iluminación, influyen tanto en el aprendizaje como los propios profesores. Aspectos similares de una cafetería pueden mejorar la creatividad.

Diseñando para la creatividad

Los edificios influyen en una amplia gama de funciones humanas. La temperatura y la humedad, por ejemplo, afectan a nuestra capacidad de concentración. La luz del día está positivamente relacionada con la productividad, el control del estrés y el sistema inmunológico. La calidad del aire, determinada por la calefacción, la ventilación y el aire acondicionado, así como la composición química de los muebles y de los materiales de interior como las alfombras, afectan tanto a la salud respiratoria como a la salud mental. El diseño arquitectónico ha sido incluso relacionado con la felicidad.

Del mismo modo, una cafetería bien diseñada puede facilitar la creatividad: donde un encuentro esporádico entre individuos puede encender la chispa de la innovación. Dos cafeterías recién terminadas, Kilogram Coffee Shop en Indonesia y Buckminster's Cat Cafe en Nueva York, han sido rediseñadas con este tipo de interactividad en mente.

Ambas cafeterías cuentan con diseños abiertos y horizontales que en realidad fomentan las aglomeraciones, creando encuentros fortuitos. Los muebles ligeros y geométricos permiten a los ocupantes reorganizar los asientos y acomodar grupos de varios tamaños, como cuando un amigo aparece de forma inesperada. Hay vistas al exterior que proporcionan calma y ofrecen más oportunidades para soñar despiertos. También hay un nivel moderado de ruido ambiental (ni muy alto ni muy bajo) que induce a la disfluencia cognitiva: un estado de pensamiento profundo y reflexivo.

(The Creative Exchange/Unsplash)

Por supuesto, no todas las cafeterías han echado el cierre. Muchos establecimientos han reducido su capacidad en el interior, han limitado los asientos en el exterior o han limitado sus servicios a comida para llevar como forma de permanecer abiertos. Todos estos establecimientos se han enfrentado a la difícil tarea de implementar medidas extremas conservando la esencia de sus establecimientos. Algunos elementos de diseño, como la iluminación, pueden fácilmente seguir ahí a pesar del distanciamiento social y otras medidas de seguridad. Otros, como la idea de utilizar asientos polivalentes para fomentar la colaboración, son más difíciles de implementar con las medidas de seguridad.

Aunque estos ajustes permiten que los establecimientos sigan abiertos y aseguran la seguridad de los clientes, privan a los espacios de sus almas. El filósofo Michel de Certeau decía que los espacios que ocupamos son un telón de fondo donde se producen el "conjunto de posibilidades" y la "improvisación" de la vida cotidiana.

Cuando la vida social pasa a verse limitada a los medios digitales, ese tipo de oportunidades se vuelven limitadas. Las conversaciones se programan de antemano, mientras que las conversaciones que ocurren antes o después de una reunión o de un evento ya no existen. En las videollamadas, los participantes hablan con toda la sala o con nadie. Para los dueños de las cafeterías, así como sus empleados y clientes, cuanto antes se acabe la pandemia, mejor. Después de todo, aunque muchos clientes vayan a la cafetería a por su dosis de cafeína, el verdadero atractivo del establecimiento está en su espíritu frenético y humano.

Autores: Korydon Smith, Universidad de Buffalo; Kelly Hayes McAlonie, Universidad de Buffalo; Rebecca Rotundo, Universidad de Buffalo.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

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