¿Por qué los jóvenes de ahora beben mucho menos alcohol?

“Cada vez que te emborrachas te separas de las cosas que más te importan, como de tu familia”, dice una rotunda campaña contra el alcoholismo en la que una menor, en lo que parecen las inmediaciones de una discoteca, echa el típico vómito del ciego pasado de vueltas. Hace bien la FAD en concienciar a los más jóvenes para que el hábito no se desarrolle a lo largo de su vida adulta, pero tal vez hubiese sido, estadísticamente hablando, más acertado poner a una mujer de unos 40 años protagonizando el spot. Los jóvenes beben mucho menos que antes.

En concreto, un 30% menos que lo que bebían los chicos y chicas hace 30 años. Así lo afirma la Fundación Alcohol y Sociedad (FAS), que lleva recabando datos sobre el consumo de alcohol en España desde hace veinte años.

Lo mismo piensan desde la Delegación del Gobierno del Plan Nacional sobre Drogas, en cuya encuesta El Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanzas Secundarias (ESTUDES) del período 2014-2015 se desprende que el consumo de todo tipo de estupefacientes ha caído considerablemente en la población escolar de entre 14 y 18 años en los últimos dos años. Por cierto, también ha caído el consumo de tabaco en la última década entre los jóvenes de 14 y 18 años, cerca de un 60%. Del 20% de los jóvenes de esas edades que lo consumían, ahora la cifra ha pasado a ser de sólo el 8.9%.

Se bebe menos aquí y también allí

Los datos son de España, pero la tendencia parece extenderse por muchas partes del globo. En un estudio realizado recientemente por la Oficina Nacional de Estadísticas Británico, menos de la mitad de los jóvenes reportaron haber bebido algo de alcohol en la última semana. Frente a esa cifra, el porcentaje de adultos entre 45 y 64 años que admitieron haberlo hecho era de dos tercios de los encuestados.

Sí, la tendencia general es positiva en varios países de la OCDE. Baja el consumo cotidiano y también el alcoholismo, que se ha reducido en un 2,5 % en los últimos veinte años. Si la media se sitúa en 9,1 litros de alcohol puro por persona y año, nos encontramos con que el país de cifras más bajas es México, con una tasa de alcoholismo de 5,7 litros. Junto a Turquía, India e Israel se encuentra en los niveles más bajos de los países encuestados, y es notable por ser el único de estos estados donde la cultura musulmana, más reacia al alcohol, no tiene impacto.

“No hace falta beber para divertirse”, ya no es lo que dicen los padres, sino los hijos

Una anécdota personal. Hace un par de años salí con un grupo de jóvenes que tendrían entre 4 y 5 años menos que yo. Eso les situaba entonces sobre los 20 años. Algunos en mitad de la carrera, otros comenzando un nuevo módulo. Era viernes noche y sugerí ir a algún bar a tomar algo. Rechazaron. Varios eran abstemios y otros solo tomaban alcohol en ocasiones muy puntuales.

“Es un mal hábito que sólo destruye tu salud”. “No hace falta beber para divertirse”, decían. Mi sorpresa (y, por qué no decirlo, incluso mi rechazo) era mayúscula. La vida social, especialmente la del fin de semana, siempre la he vivido en torno a las copas. Beber desinhibe, se está más relajado. Estos chicos y chicas preferían ir al cine, charlar en cualquier sitio fuera de locales y organizar escapadas esporádicas al campo. Más de uno era un declarado apasionado del deporte.

Esta imagen puede no ser representativa del ocio nocturno de todos los jóvenes, pero en el mismo estudio británico que hemos mencionado antes anotaban, entre las causas de este cambio de comportamiento, precisamente al culto a la salud. Sí, los cambios en la religión y etnia de la población inglesa también han afectado, pero el repunte de los abstemios vinculaba su rechazo a estas sustancias principalmente por su motivación de cuidarse.

Son algunas tendencias que se registran desde diferentes estudios, mayoritariamente de países occidentales, sobre los renovados hábitos de la juventud con respecto a sus antecesores. Como que ahora los adolescentes están más preocupados que antes por la comida saludable (como dicen en este estudio realizado en más de 60 países), que consumen más frutas y verduras y que consumen menos tabaco. Hay un mal hábito, eso sí, que ha repuntado en los últimos tiempos: el mayor sedentarismo de la sociedad actual ha hecho que la obesidad aumente con respecto a épocas anteriores.

Generación Z: más abstemios y preocupados por su salud. También más conservadores.

Pero no es sólo la percepción física. Su sistema de valores también parece ser distinto al de los baby boomers. La generación Z o como quiera llamársele ahora (por lo general, los chicos nacidos después de 1997) de Gran Bretaña es más conservadora. Además de estar muy preocupados por su futuro laboral, les gustaría que las edades mínimas para practicar sexo, consumir alcohol y tabaco o jugar a juegos de azar debería subirse.

Eso sí, parecen sentirse más responsables, y les gustaría que se bajara la edad legal para votar pese a que no se sienten identificados con ningún partido político concreto. ¿Y sabes qué? No son tan negativos como podríamos pensar. Un 37% cree firmemente que tendrá una vida mejor que sus padres, frente a la opinión del 70% de los baby boomers, que creen haber gozado de mayores oportunidades que las que disfrutarán las generaciones actuales.

¿Y por qué han dejado de beber los jóvenes?

Veamos lo que dice este estudio de la Universidad de Sevilla, en el que se comprobó el declive del consumo de alcohol entre una muestra de más de 6000 adolescentes publicado el año pasado:

La disminución del consumo frecuente (diario y semanal) de bebidas alcohólicas es especialmente llamativa en 2010 con respecto al consumo de vino y licores, sobre todo en los chicos y las chicas de 17-18 años de edad, que son el grupo que consume con más frecuencia.

Estos resultados podrían estar relacionados con iniciativas en salud pública importantes que se han implementado en la última década en España. En concreto, en 2006 se produjo un fuerte eco mediático del fenómeno denominado botellón, que coincidió con la Estrategia Europea sobre Alcohol. La coincidencia de ambos llevó al gobierno a proponer un proyecto de ley sobre medidas sanitarias para la protección de la salud y la prevención del consumo de bebidas alcohólicas por menores, que aunque no llegó a aprobarse generó un importante debate social respecto a los usos y las costumbres nacionales en cuanto al consumo de alcohol por parte de los menores.

Quizás el eco mediático del fenómeno botellón, o quizás las agresivas campañas de tráfico sobre los efectos del alcohol, o puede que el cada vez mayor nivel educativo de las familias, o más probablemente la suma de todos estos factores, han hecho que las familias, principales promotoras de la salud de sus hijos e hijas adolescentes, se estén implicando más en la monitorización y el seguimiento del consumo de alcohol en chicos y chicas, favoreciendo un menor consumo habitual de alcohol. Esta hipótesis se vería reforzada por los resultados del estudio HBSC en Holanda, que han mostrado que el mayor control estricto sobre el consumo de alcohol en las prácticas educativas está relacionado con su disminución.

La idea de que las campañas mediáticas han funcionado mejor que las prohibiciones es una idea que se comparte desde diferentes instituciones. Que el refuerzo positivo es mejor que el negativo o que “si lo prohíbes, sólo lo haces más atractivo”. Pero puede que a los factores de este estudio le falte otra idea clave: los jóvenes de hoy en día han sufrido indirectamente la crisis, y de ahí a reducir las salidas a bares.

Aumento de precio = reducción del consumo

Esta es la premisa más compartida desde diversos grupos hosteleros, que vieron cómo con el inicio de la crisis se cerraron buena parte de los comercios del sector. También por lo que nos indica Fernando Caudevilla, médico de familia y experto en drogas: “las dificultades económicas a las que se enfrentan los jóvenes de hoy pueden modificar sus patrones de consumo. En los últimos años la drogas legales, que están controladas por el Estado, son cada vez más caras, un paquete de tabaco ha multiplicado su precio por 6 en los últimos 20 años, y el del éxtasis se ha dividido por 30 en el mismo periodo. Quizás eso tenga también algo que ver”. Diversos estudios indican que ahora, cuando salen miden mucho más el gasto. Hay que estirar las bebidas.

“Los jóvenes ya no quedan como nosotros, que quedábamos en un bar y nos íbamos luego a dar una vuelta por Bilbao. La juventud ahora queda en sus lonjas o locales y sale muy tarde”. Son palabras de Javier Arnaiz, propietario de la sala Azkena, que ejemplificaban la caída del consumo en las zonas de marcha por parte de los jóvenes en la ciudad del País Vasco. “Prácticamente nos montamos la fiesta en la lonja” dice una joven en este reportaje de El Diario, confirmando así los comentarios de muchos trabajadores de ese mundo, que creen ver una vuelta al hogar como espacio de ocio para los más jóvenes.

Según fuentes del sector hostelero español y a fecha de 2013, alrededor de un 18% de los establecimientos de ocio nocturno han echado el cierre desde la instauración de la ley antitabaco. A la noche británica no le ha ido mejor: de los 3100 clubs que había en su geografía en 2005, se han pasado a 1733 una década después.

¿La música de los clubs es peor o ahora los jóvenes pueden acceder más fácilmente a la música?

Los jóvenes hablan en The Guardian: para ellos, las entradas son muy caras, los clubs ponen música muy mala y crean un ambiente impersonal. Les renta más ahorrar para planificarse unas vacaciones o irse de festivales porque, para el escaso tiempo libre que tienen (una preocupación constante entre una de las generaciones más estresadas, dicen, de la historia) prefieren evitar la sensación de desengaño. “Los porteros son bordes y agresivos, sin ninguna necesidad. Los DJs pinchan lo que les gusta, en vez de lo que gusta al público. Las bebidas son excesivamente caras. La última vez que fui al Fabric, la música estuvo bien, pero salí con la sensación de que me habían robado”, decía uno de ellos.

Menos dinero y más concienciación. Estas son las razones que, hasta ahora, hemos registrado aquí como cambio de hábito con respecto al alcohol y la noche, pero tampoco podemos olvidar el nuevo contexto tecnológico y cultural que diferencia su situación con la de sus padres. Ir a un club antes era sinónimo de diversión, claro, pero también descubrimiento musical. Ahora resulta que las bebidas han aumentado en su precio un 46% de media con respecto a 12 años antes (al menos, según este estudio de Heineken hecho en varios países) y que Spotify, Pandora o Deezer están a dos clics de descubrirte un montón de música curada especialmente para ti.

¿Qué quieres ver música en directo? Los jóvenes no acostumbrarán tanto a peregrinar a las salas del extrarradio como a ahorrar para irse de festival con sus amigos, que puede que sientan como un ahorro si se pondera el número de conciertos y precio medio de cada actuación. Para Tom Kihl, co-editor de la guía cultural londinense Kentish Towner, esta es una evolución natural… que se explica también por un factor al que puede que no le hayamos dado toda la importancia que se merece: la cultura visual.

El culto al yo: la generación más narcisista de las últimas décadas

En el club oscuro lleno de luces brillantes es más difícil que las fotos salgan bien, tanto de las bandas como del selfie. Mejor quedarán los platos de las cafeterías y restaurantes, esos a los que los jóvenes, curiosamente, acuden más que lo que lo hacen sus mayores. Estamos ante la primera generación nativa de las redes sociales digitales, y para ellos recoger sus recuerdos es vital, una nueva forma de relacionarse con el mundo, una más narcisista. Al menos así es entre los jóvenes estadounidenses, de los que un estudio con una muestra de 15.000 jóvenes y hasta 40 factores indicaba que los nacidos en los 2000 eran mucho más propensos que los de los 90 y 80 a apuntar alto en esta cualidad.

Más atracción por el éxito laboral, el culto al físico y la relevancia social, pese a que los narcisistas suelen puntuar más bajo en empatía y habilidades sociales con respecto a los que no lo son. Esto no está correlacionado con el uso de redes sociales, sino con aquellos que se las toman, digamos, con más deportividad. El estudio indicaba que los que tienen más amigos en Facebook tienden a poseer un mayor grado de narcisismo. “La persona promedio con la que estés conectado en Facebook es, probablemente, un poco más narcisista que la persona promedio con la que estés conectado sólo en la vida real porque los narcisistas son expertos en esas conexiones digitales", dice la profesora Jean Twenge, responsable del estudio.

Así que sí, el narcisismo, entendido como vanidad y cuidado del cuerpo, podría ser un factor más para explicar este flechazo generacional por la sobriedad, y si cada vez más jóvenes dentro de sus entornos deciden dejar de lado el alcohol, es normal que se cree el efecto contagio. A fin de cuentas, y como señalan desde FAS, a la mayoría de los jóvenes no les gusta el sabor del alcohol y el 70% de ellos no acuden al botellón para beber sino para relacionarse con sus amigos.


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