Marte fue antaño mucho más emocionante: algunos de sus volcanes pudieron albergar vida

Parece que Marte fue antaño un planeta mucho más emocionante. Ahora también hay tormentas de polvo y puede que incluso filtraciones de agua, pero hace mil millones de años era un lugar espectacular donde se formaban enormes volcanes, aparecía un sistema de cañones gigantes y crecían valles en las ramificaciones de los ríos.

Pero ahora los científicos planetarios han identificado lo que parecen ser, en términos geológicos, volcanes de formación más temprana que podrían haber proporcionado en su momento las condiciones perfectas para que puedan prosperar formas de vida microbianas.

El Monte Olimpo en Marte es el volcán más grande del sistema solar: 22 kilómetros de altura y más de 500 km de diámetro de base. Este volcán comenzó a formarse hace más de 3 mil millones de años, pero algunos de sus flujos de lava en los flancos parecen tener menos de 2 millones de años, a juzgar por la poca superposición de cráteres de impacto.

Los cráteres que han sido causados por impactos de asteroides nos ayudan a determinar la antigüedad de una superficie en el sistema solar: cuantos más cráteres, más antigua es la superficie. Sin embargo, la lava fresca de un volcán puede enterrar antiguos cráteres y restablecer esta medida de tiempo.

Volcanes por doquier. (NASA)

Esto es exactamente lo que ha ocurrido en el Monte Olimpo y en varios de los volcanes de la zona, lo que significa que es probable que estos volcanes sigan mínimamente en activo y que incluso sean capaces de volver a expulsar lava en un futuro, a pesar de que puede que tengamos que esperar unos pocos millones de años para verlo.

En búsqueda de volcanes pequeños

¿Acaso se siguen formando volcanes nuevos en Marte? ¿Dónde están los más jóvenes, los volcanes que han surgido más recientemente? Los investigadores ya habían divisado en otras ocasiones varios grupos de "conos" pequeños y, evidentemente, muy jóvenes (colinas simétricas con cráteres en la cumbre), pero su origen siempre ha sido motivo de controversia.

Puede que se trate de lugares con verdadera erupción volcánica, pero también podrían tratarse de "volcanes de lodo" formados por la expulsión de barro de debajo de la tierra o "conos sin raíces" formados por las explosiones de lava que fluye a través del terreno mojado o helado.

Un nuevo estudio realizado por un equipo de científicos procedentes de la República Checa, Alemania y Estados Unidos y dirigido por Petr Brož ha presentado nuevas pruebas convincentes de que, por lo menos algunos, son auténticos volcanes. Brož y su equipo han estudiado los conos en Coprates Chasma, la parte más profunda del sistema de cañones del valle Marineris y una zona que está muy lejos del resto de las principales provincias volcánicas de Marte.

Jóvenes conos. (NASA)

En su estudio sugieren que el magma ha entrado en erupción desde el interior a través de fracturas en el sistema de cañones que son muy antiguas pero que se han reactivado.

Los investigadores están convencidos de que se trata de verdaderos conos volcánicos, similares a los que tenemos en la Tierra y que se conocen como conos de escoria y conos de ceniza. Se basan en las finas capas que se pueden ver en el interior de las paredes de los cráteres en las imágenes de la cámara HiRISE (High Resolution Imaging Science Experiment) de la sonda Mars Reconnaissance Orbiter (MRO) de la NASA, entre otras pruebas.

Marte sigue generando nuevos volcanes. Los investigadores están convencidos de que son similares a los que ya tenemos en la Tierra, conos de escoria o de ceniza

Los detalles de las imágenes son suficientes para determinar que el cono está formado por capas similares a la de los conos de ceniza en la Tierra.

Si contamos los impactos de los cráteres hasta la fecha, los conos en sí son demasiado jóvenes, pero si tenemos en cuenta la antigüedad de los cráteres en las zonas circundantes (que serían similares en antigüedad) tendrían entre 200 y 400 millones de años: cuando los anfibios gigantes y los primeros dinosaurios poblaban la Tierra.

En nuestro planeta, este tipo de conos se forman en erupciones de un solo episodio (que puede durar semanas o meses), por lo que es casi seguro que ese momento señala el nacimiento de estos pequeños volcanes, así como su desaparición.

Los conos tienen que haber surgido por erupciones explosivas de coágulos de lava, ya sean del tamaño de un grano o de un ladrillo, a partir de un orificio de ventilación central, haciendo crecer la capa del cono hasta alcanzar su altura final. La superficie de cada cono puede estar "blindada" porque cuando estos coágulos llegan al suelo todavía están lo suficientemente calientes como para soldar la superficie y protegerla. Esto también explicaría su aspecto más joven, a diferencia de los volcanes de lodo que son más vulnerables a la erosión.

Hay muchas razones por las que estos descubrimientos son muy interesantes: una actividad volcánica tan reciente en Marte sugiere que todavía existe actividad volcánica en la actualidad y que se podrían seguir formando nuevos volcanes.

Potencial astrobiológico

Hasta ahora, el equipo ha obtenido información sobre la composición de solamente uno de los conos gracias a la cámara hiperespectral CRISM (Compact Reconnaissance Imaging Spectrometer for Mars). Las imágenes muestran la presencia de un mineral llamado sílice opalina, así como minerales sulfatos, lo que sugiere que las rocas calientes, ya sea antes o después de después de la erupción, reaccionaron con el agua subterránea de Marte.

Si es así, podría haber habido, aunque sólo de forma breve en cada volcán, una mezcla adecuada de agua, calor y energía química para albergar vida microbiana similar a la que habita en aguas termales de la Tierra. Dado que los conos en este estudio tienen al menos 200 millones de años de antigüedad, es poco probable que sigan albergando vida, pero serían buenos objetivos para buscar microbios fosilizados con un riesgo mínimo de contaminar un ecosistema activo.

Autor: David Rothery, profesor de Geociencias Planetarias en la Open University.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

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