La crisis energética de Europa ya está obligando a cerrar fábricas en Reino Unido

Así marcha el dominó: el súbito aumento de la demanda posterior al tiempo pandémico, una reducción de las inversiones de tecnologías de almacenamiento durante los pasados años covid, una caída de las reservas de gas (agravadas por que estas provengan casi exclusivamente de Rusia) e incluso desastres naturales han llevado a la ya sabida crisis energética que afecta a toda Europa. Pero si hay alguien que le está viendo los dientes a la situación, esa es Reino Unido.

Cerrando fábricas: esta es la nueva pieza en caer en un tablero que seguirá mostrando las repercusiones del seísmo en los próximos meses. Como cuentan Bloomberg y The Guardian, CF Industries, proveedor de nitratos del noroeste de Europa con cotización en bolsa, ha anunciado que cierra sine die dos plantas de producción de fertilizantes. Cierran sus complejos de Billingham e Ince porque no se pueden permitir la producción.

¿Qué consecuencias puede tener la escasez de fertilizantes? Que acabemos pagando más por nuestra comida. Según los analistas económicos, el movimiento “drástico” de CF Industries impactará a su volumen de producción, animará al resto de productores europeos a hacer lo mismo o subir el precio de los fertilizantes en un momento en el que el nitrato de amonio y el nitrato de amonio cálcico, básicos para la elaboración de muchos de los productos que acaban en nuestra cesta, ya estaba en máximos desde los años de la anterior crisis, 2008-2009. Cuentan que muchos mayoristas alimenticios ya habían optado por posponer la compra de fertilizantes ante el alza de precios del trimestre pasado, por lo que al toparse ahora sin alternativas, el golpe al precio de sus productos será mayor, que lo acabarán pagando los consumidores. La ICIS (Consultora de Inteligencia de Productos Básicos británica dependiente de RELX), tilda el suceso de “macro evento”.

¿Jugada? El resto de productores, los que calificaban la medida de "drástica", consideran que la compañía ha optado por el último recurso disponible. Es por eso que analistas como los de Financial Times califiquen el cierre de "medida de presión sobre los ministros del Reino Unido y los reguladores británicos de energía para que tomen medidas para proteger la industria y los hogares". Hay motivos para ello: la factura de la luz va a ser un 20% más cara que respecto al mes pasado y ya hay varias proveedoras de energía quebrando.

La mala suerte: si aquí nos parecemos más a un cuadro de El Bosco porque los precios alcanzan los 124,45 euros el megavatio hora (MWh), imagina lo que es ser british ahora mismo, donde hace una semana se alcanzaron las 4.000 libras por megavatio hora (ahora, como ves en el siguiente tuit, está un poquito más bajito). Son precios que nos recuerdan a la absurdez que experimentó Texas durante la tormenta helada que sacudió el sur de EEUU en febrero y que alcanzó un pico de 9.000 dólares (7.600 euros) el MW/h. Como hay poco viento en el mar, Irlanda ahora se encuentra en alerta amarilla y debe retener lo que genere, por lo que no les puede exportar como solía hacer. A eso se ha sumado la rotura del importantísimo cable submarino IFA-1 entre Francia y Reino Unido, que era uno de los principales canales de suministro de energía, y cuyo arreglo tardará meses. Mientras se desconectan los reactores nucleares, RU se olvidó de invertir en infraestructuras renovables. Todo ello, más lo mismo que pasa aquí: la dependencia del gas.

La Jornada de Tres Días: ante los críticos acontecimientos, algunos internautas han rescatado recortes de la hemeroteca. En 1974 en las islas se dio una escasez tan alta de energía (a consecuencia de las huelgas de los mineros) que el gobierno conservador impuso una jornada de tres días a todas las industrias no esenciales durante dos meses. Hasta las televisiones se vieron obligadas a dejar de emitir cada día a partir de las 22.30 para que la gente apagase sus aparatos. No es en absoluto la situación actual, pero, sumado a los efectos laborales y comerciales que está teniendo la combinación covid-Brexit, parece que los ciudadanos británicos contemporáneos viven un presente bañado en una nostalgia de situaciones convulsas como las que vivieron sus padres y abuelos décadas atrás.

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