2 Mundiales, 4 estrellas: por qué Uruguay reclama en su escudo más trofeos de los que tiene

El conocimiento popular dicta así: Brasil, cinco campeonatos; Alemania e Italia, cuatro campeonatos; Argentina e Uruguay; dos campeonatos; España, Francia e Inglaterra, un campeonato. Cada una de las selecciones conmemora sus insignes títulos con estrellas en su escudo, pequeñas constelaciones que alumbran al mundo desde la propia camiseta. La historia está grabada (literalmente) en oro en sus corazones, de tal modo que jamás se olvide. La de todos excepto la de uno: Uruguay.

Su caso es de lo más extraño, y también de lo más singular. Cualquier observador habrá caído en la cuenta que, frente al número de Copas Mundiales conquistadas, Uruguay presume de cuatro. Tantas son las estrellas que adornan su escarapela, en clara contradicción con los libros de historia. La memoria recuerda ambos con nitidez, por si fuera poco: la primera conmemora el Mundial original, celebrado en 1930 en la propia Uruguay; la segunda, el histórico y trágico Maracanazo.

Por aquel entonces Uruguay era una gigantesca potencia futbolística (lo sigue siendo, por más que cayera en la irrelevancia durante varias décadas hasta la llegada de la actual generación). El país, enconado el estuario de La Plata y diminuto en comparación con los dos vecinos continentales (Argentina y Brasil) se convirtió en un vivero futbolístico desde su nacimiento. Por allí atracaron los barcos británicos exportando la Buena Nueva, y allí arraigó el noble arte del balompié.

Un gol de Uruguay ante Argentina en la final del Mundial de 1930. (Wikipedia)

Sin embargo, tan magna historia (es la nación más pequeña que jamás ha ganado un Mundial, con mucha diferencia) no parece suficiente aval para añadir cuantas estrellas plazcan al escudo (por más que durante años poseyera el récord de Copas América conquistadas, o por más que sus dos clubes, Nacional y Peñarol, sigan siendo de los más exitosos en Sudamérica).

¿Por qué, entonces, cuatro estrellas si sólo hay dos Mundiales?

Los JJOO mundiales

Para entenderlo conviene acudir al primer Mundial jamás celebrado. La elección de Uruguay se fundamentaba en motivos de carácter simbólico: el país se consideraba por aquel entonces la primera potencia balompédica, y la FIFA juzgó idóneo que se encargara de los fastos. Todo ello pese a las evidentes dificultades logísticas: las selecciones europeas tendrían que embarcarse en un larguísimo viaje de más de veinte días para disputar el trofeo, lo que provocó la no participación de la mayoría de ellas (excepto de Francia, Yugoslavia, Rumanía y Bélgica).

Uruguay frente a Alemania en los Juegos Olímpicos de 1928. (Wikipedia)

A Uruguay, el estatus le llegaba por sus resultados recientes. No sólo en la Copa América (o en sus versiones anteriores, que dominó con puño de hierro durante años), sino también en los Juegos Olímpicos. De modesta tradición (fueron ganados por ¡Gran Bretaña! en tres ocasiones), el combinado charrúa impuso su lógica al resto de sus rivales tanto en 1924 como en 1928, los antecedentes inmediatos del primer Mundial. A nivel temporal y a nivel institucional.

Quiso la casualidad que el COI, sin particular entusiasmo hacia el balompié, encargara la organización del torneo futbolístico olímpico a la FIFA. El torneo de 1924 sería el más numeroso en términos de equipos participantes de la historia del deporte hasta España 1982, lo que habla tanto de las habilidades logísticas y organizativas de la federación mundial como del grado de competitividad del campeonato. De forma virtual, 1924 y 1928 fueron un laboratorio de pruebas para el primer Mundial.

Y así lo entendió la propia FIFA: los campeones surgidos de ambos trofeos podrían ostentar la legitimidad del "campeón del mundo", por más que se hubieran disputado en el contexto de unos Juegos Olímpicos. Para el máximo organismo del fútbol el nombre era lo de menos: aquellas fueron las primeras tentativas hacia la Copa del Mundo, el primer trofeo internacional amalgamado por la FIFA y disputado en plenitud de condiciones por los mejores del mundo.

El equipo campeón de 1928. La segunda estrella. (Wikipedia)

"A condición de que los Torneos Olímpicos de Fútbol se celebren de acuerdo con la reglamentación de la FIFA, esta última reconocerá este torneo como un campeonato mundial de fútbol", declararía la federación, cuestión que convirtió a los JJOO ipso facto en Mundiales encubiertos. El volumen de participantes y el entusiasmo despertado por los partidos (disputados en París y Ámsterdam, ciudades europeas bien conocedoras del fútbol) abrió los ojos de la FIFA e invitaría, dos años más tarde, a celebrar por su cuenta y riesgo el primer Mundial.

En consecuencia, aquel hito histórico a disputarse en 1930 debía tener lugar en suelo uruguayo. La selección celeste no había ganado ninguna Copa del Mundo pero ya era dos veces campeona planetaria antes siquiera de que ocurriera el Mundial fundacional. Y en base al reconocimiento que la FIFA otorgó y continúa otorgando, Uruguay reclama en buena lid cuatro estrellas en su escudo. Cuatro veces campeona del mundo pero sólo dos Mundiales conquistados.

Hoy se ve las caras con Francia en cuartos de final. Quizá deba hacer hueco a una quinta.

Imagen: Andre Prenner/AP

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