Lo que la ciencia nos dice sobre qué está haciendo la multitarea con nuestro cerebro

Siempre lo he tenido claro: Dante reservó un círculo del infierno para los que dicen que es muy fácil hacer dos cosas a la vez. Y lo digo con conocimiento de causa, porque, aquí entre nosotros, yo siempre he sido un poco como George Bush que se atragantó con una galletita salada mientras veía la Super Bowl. ¿Comer y ver la televisión a la vez? ¿Quién se piensan que somos? ¿McGyver?

Por el otro lado, la sociedad cada vez nos exige que seamos capaces de hacer más y más cosas a la vez. El nuevo 'novio de América' ya no sólo es guapo y listo, sino que ahora además es 'multitasking'. Está claro que el presidente Bush no da el perfil, pero ¿y el resto? ¿Podemos ser multitarea? ¿Debemos serlo? La ciencia nos da algunas respuestas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de multitarea?

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Como dice Tim Harford, bajo el término 'multitarea' se esconden varios fenómenos distintos. Desde la multitarea propiamente dicha ('caminar mientras hablamos') hasta el hecho de realizar, a lo largo de nuestra vida diaria, varias actividades (trabajar, cuidar a los niños y escribir fanfic de Scooby Doo).

Aunque se ha popularizado en los últimos años y el término 'multitarea' lo tomamos prestado de los ordenadores a principios de los noventa, no podemos decir que sea algo nuevo. Los seres humanos llevamos conduciendo y escuchando la radio a la vez ¡desde los años 30 del siglo pasado! Por eso, creo que es bueno distinguir qué es la multitarea a nivel psicológico, qué efectos puede producir y con qué cosas se suele confundir.

Esto nos alejará del alarmismo generalizado que relaciona la multitarea con innumerables problemas de salud como el TDAH o la reducción de la inteligencia sin tener ninguna prueba sólida. Y, sobre todo, nos dará una imagen mucho más clara del problema.

La multitarea no existe.

Empecemos desde el principio y dejémoslo claro: no, la multitarea no existe. Los seres humanos sólo podemos hacer una tarea a la vez. Si hacemos dos (como respirar y leer al mismo tiempo) es porque una de ellas - en este caso respirar - está tan automatizada que puede realizarse con el piloto automático puesto.

Para todos los que estáis pensando que ese seré yo y que vosotros "podéis ver una película danesa en versión original subtitulada mientras os pasáis el Candy Crush" tengo dos cosas que deciros: la primera es "¿Candy Crush? ¿En serio? ¿En 2015?" y la segunda es que aparentemente lleváis razón.

Somos tan rápidos que parece que estamos haciendo dos cosas a la vez, pero solo lo parece. Tanto es así que tras cada tarea hay un periodo de tiempo (muy corto, eso sí) en que no podemos comenzar la siguiente. A esto le llamamos "periodo refractario psicológico" (Pashler y Johnston, 1989).

A nivel cognitivo, cada tarea tiene tres fases de procesamiento: La percepción de la tarea, la selección de la respuesta y la ejecución de la misma. Según la teoría del periodo refractario psicológico, a la hora de realizar dos tareas distintas, el tiempo de reacción de la segunda (el tiempo que pasa entre la percepción de la misma y la selección de la respuesta) será mayor cuanto más cerca esté de la primera.

Como vemos, que dos tareas se presenten más juntas no quiere decir que se resuelvan antes. No se puede decir que sea contraintiutivo: a este fenómeno lo llamamos 'cuello de botella' y podemos verlo en muchos sitios. Por ejemplo, en el tráfico.

En el ejemplo, la reducción de la calzada hace que las dos filas de coches no puedan pasar a la vez. En condiciones normales, las filas se irían autoregulando y no habría problema. En cuanto el número de coches supera cierto nivel, se produce un embotellamiento.

Aunque pudiéramos pensar que el cuello de botella se da en la "selección de la respuesta", no sólo está la cuestión de seleccionar quién pasa primero, sino que también hay que ejecutarlo. Como hay gente más hábil y más torpe, siempre hay algún coche que se cala (De Jong, 1996; Ulrich y cols., 2006; Bratzke y cols., 2008).

Como cuando alguien se atraganta con las uvas de año nuevo o nuestro ejemplo del tráfico, hay número óptimo de tareas que se pueden hacer una detrás de otra. Tanto si tratamos de hacer más, como si tratamos de hacer menos, el resultado es el mismo: se tarda más.

Entonces, ¿Cuál es el problema?

Esa es una excelente pregunta. Desde mi punto de vista, hay dos grandes problemas: el primero es que hay un número de tareas "por minuto" a partir del cual nuestra productividad cae en picado. Y el segundo, que no estamos acostumbrados.

El primer problema, es delicado. La caída de nuestra productividad personal justo en el momento en que más tareas tenemos hace que se disparen los niveles de estrés y ansiedad y que, además, se derrumbe nuestra autoestima. Aún así, y pese al alarmismo, no se puede decir que el incremento de la 'multitarea' - por si mismo - nos esté haciendo algo perjudicial. Que nos está haciendo distintos, sí; pero no peores o menos sanos.

Aquí entra el segundo problema: Parece lógico pensar que si no estamos acostumbrados a esta hiperestimulación, el hecho de sufrirla nos puede llevar a tener serios problemas. Y es que es innegable que los cambios continuos de tareas tienen un impacto en nuestra capacidad de concentración (¡los mismos hipervínculos lo tienen!). De la misma forma, es innegable que nuestras prácticas diarias tienen un papel fundamental en evitar esos problemas.

Como cualquier otra competencia humana, el cambio de tarea (la re-focalización de la atención) necesita entrenarse y desarrollarse. Pero hasta que esos cambios no se integran en nuestra forma de ver el mundo, generan problemas socio-psicológicos (Fuentes y Quiroga, 2005). A día de hoy, hay una presión social clara hacia el 'multitasking' y esa presión hace que descuidemos el 'monotasking': el problema es que aún pensamos que lo bueno es lo segundo.

De la misma forma que no esperamos que un velocista olímpico sea además un estupendo lanzador de martillo, no podemos pretender que alguien especializado en el 'multitasking' sea además un maratonista atencional capaz de leerse el "Ulises" de Joyce de una sentada. Como decíamos hace unos meses:

Si lo que queremos es recuperar nuestra capacidad de concentración, habría que moderar nuestro entusiasmo ‘melancólico’, dejar de quejarnos del ordenador y plantearnos seriamente que igual lo que pasa es que estamos algo fondones. Psicológicamente hablando.

Así que no. El multitasking por si mismo no le está haciendo nada malo a nuestro cerebro; lo malo, me temo, es todo lo demás.

Lo perjudicial es todo lo demás

Permitidme que me repita: "la multitarea por sí misma no le está haciendo nada al cerebro". Eso no quiere decir que debamos bajar la guardia. La clave está en el 'por si misma'. Muy a menudo vemos que la 'multitarea' es un disfraz para la sobrecarga de trabajo y la explotación laboral (Standing, 2014).

Tenemos cientos de ejemplos: Amazon ("Si eres un buen Amazonian, te conviertes en un Amabot"), Tesla ("Eso no es excusa. Estoy decepcionado. Tienes que establecer cuáles son tus prioridades) o el Yahoo de Marissa Mayer para la cual la cultura empresarial apropiada era aquella en la que los trabajadores dedicaran más de cien horas a la semana. Y esto por poner solo tres ejemplos paradigmáticos.

No, no nos está matando la multitarea. Tenemos que dejar de ver monstruos donde solo hay sombras chinas. Porque contra los nuevos monstruos de nuestra época, contra los monstruos de verdad, los que nos acechan y nos hacen daño, (contra el estrés, los problemas de sueño, el sedentarismo o el acoso laboral) vamos a necesitar todas nuestras fuerzas.

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