En la tarde del 12 de mayo de 2006 estalló la violencia en São Paulo. Comisarías de policía fueron atacadas por turbas. Agentes de policías fueron asesinados en sus hogares. Decenas de autobuses del transporte público fueron incendiados en las calles, colapsando el tráfico. Y estallaron revueltas en veinte cárceles de todo el Estado de São Paulo, con tomas de rehenes.
Las autoridades entendieron inmediatamente que se trataba de una respuesta del Primeiro Comando da Capital (PCC), una organización criminal nacida en las cárceles, ante el traslado de siete dirigentes de la organización a una prisión de máxima seguridad en el interior del estado paulista.
La ola de violencia fue dirigida desde la cárcel mediante teléfonos móviles. Y tan pronto las autoridades accedieron a negociar con los líderes del PCC la violencia cesó. Aún así, tras días de caos y violencia, el miedo empujó a comercios y escuelas a cerrar. 5.100 autobuses dejaron de prestar servicio.
El centro de São Paulo se convirtió en una ciudad fantasma. El recuento oficial se eleva a más de 140 víctimas mortales, aunque se sospecha que pudo haber muchas más.
¿Una ciudad asediada por un enemigo interno y urbano? No es un fenómeno aislado.
Siempre que se piensa en guerra irregular y violencia organizada se tiende a pensar en el entorno natural: selvas, montañas y desiertos. No en vano, las lenguas francesa y italiana tienen expresiones equivalentes a la española de “echarse al monte”, que expresan la idea de alzarse en armas con la imagen de meterse en la vegetación. El siglo XX dejó imágenes icónicas de guerrilleros, como los barbudos de Fidel Castro en la Sierra Maestra del oriente cubano o los campesinos vietnamitas del Việt Cộng.
Pero en el siglo XXI la creciente urbanización nos traerá la imagen de rebeldes, revolucionarios y criminales alzados en armas contra el poder del Estado en territorio urbano. La ciudad, con su enorme densidad de infraestructuras viarias, medios de comunicación y sistemas de telecomunicación, presentará fenómenos diferentes.
Una humanidad urbana mal repartida
En 2007 la humanidad alcanzó un hito. Por primera vez en la historia, la población urbana supone el 50%. No es un porcentaje al que se haya llegado de forma lenta y pausada. Todo lo contrario. La población urbana del planeta Tierra creció principalmente en el siglo XX y esa explosión demográfica ya llamó la atención a una comisión de Naciones Unidas para estudiar el desafío medioambiental y dirigida por la noruega Gro Harlem Brundtland en los años 80.
En su informe Nuestro Futuro Común (1987) recogía que la población urbana mundial se había multiplicado por tres entre 1950 y 1985. Pero ese aumento no estaba uniformemente repartido por el mundo. Si en el mundo desarrollado la población se había doblado, en el mundo en desarrollo se había cuadruplicado.
Esa preocupación de la ONU por la creciente urbanización del planeta y los consiguientes desafíos llevó a potenciar después de la cumbre Hábitat II, celebrada en Estambul en 1996, el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU Habitat). En su documento Meeting the Urban Challenges de 2008 afirmaba que la población urbana del planeta alcanzaría el 60% en 2030 y que la casi totalidad del crecimiento de la población rural tendría lugar en las áreas urbanas.
El crecimiento de la población urbana no se ha producido por una extraña explosión de la fecundidad urbana, sino por la migración. El crecimiento de la población urbana se debe principalmente a los movimientos migratorios. Por ejemplo en China y el Sudeste de Asia el flujo migratorio va desde el interior rural a las nuevas zonas industriales mientras que el Gran Buenos Aires crece con la llegada de población de ciudades del interior de Argentina e inmigrantes de Bolivia y Paraguay.
Pero la búsqueda de una vida mejor a veces es una decisión producto de situaciones trágicas, como es el caso de las guerras en Colombia y Afganistán que han producido un importante flujo de personas desplazadas hacia los grandes núcleos urbanos del país.
La era de los slums
Ese crecimiento de la población urbana en países en desarrollo con la llegada de personas con escasos recursos desborda la capacidad de las administraciones públicas y esa nueva población se concentra en lo que en inglés se denomina “slums” y en los países iberoamericanos se conoce por “favelas” en Brasil, “barrios jóvenes” en Perú o “villas” en Argentina.
El fenómeno es universal y Mike Davis, profesor emérito de la Universidad de California, recogía en su libro Planet of Slums que a principios de este siglo la población urbana que vivía en este tipo de asentamiento humano era el 84,7% en Bangladesh, el 79,2% en Nigeria y el 68,1%.
¿Todo barrio pobre es un slum?
No. Hay ciertas características que diferencia a una favela o cualquiera de sus sinónimos de otros barrios pobres. Según ONU Habitat, un slum es un tipo de vivienda que:
- es no permanente,
- carece de protección frente a condiciones climáticas permanentes,
- viven tres o más personas por habitación,
- carece de acceso a agua potable asequible,
- carece de un retrete compartido por un número razonable de personas
- y sus pobladores carecen de derechos de propiedad que les proteja de ser expulsados del lugar.
Algunas de esas características y otras tienen que ver con la falta de servicios públicos como calles con pavimento, conveniente alumbrado público, alcantarillado, conducciones de agua corriente y luz eléctrica, etc. Así que una característica importante es la ausencia de la acción de la administración pública
Recuperando las ciudades ferales
Es ésa ausencia del Estado la que da lugar a la aparición de poderes paralelos en forma de organizaciones y líderes criminales que imponen su poder a la par que ofrecen a los pobladores de esos lugares los servicios y la asistencia social que el Estado no proporciona. Richard J. Norton, profesor entonces del Naval War College, acuñó en 2004 el concepto “ciudades ferales” para referirse a grandes ciudades donde el Estado no puede hacer cumplir la ley.
Pero la falta de orden y servicios, proporcionados por el Estado no significa la ausencia de un poder que los proporciones. Pablo Escobar, de nuevo de actualidad por la serie Narcos, fue famoso en el Medellín de los años ochenta por sufragar equipos deportivos de barrio, instalaciones deportivas, sistemas de alumbrado público, etc. Incluso pagó la construcción de viviendas sociales, el barrio “Medellín Sin Tugurios” que hoy es conocido como barrio Pablo Escobar.
Así, cuando el 24 de mayo de 2010 la policía jamacaina asaltó el barrio de Tivoli para detener al capo de la droga Michael Christopher “Dudus” Coke se encontró una enorme resistencia armada. Coke era famoso por repartir ayudas a las familias necesitadas y mantener a raya la pequeña delincuencia, tareas del Estado.
Después de viajar por África Occidental el periodista Robert D. Kaplan explicó en 1994 su ensayo The Coming Anarchy cómo en las aglomeraciones urbanas de la región abundaban los jóvenes desarraigados “como moléculas perdidas en un fluido social muy inestable”. En las zonas rurales los lazos familiares extensos conforman una red de solidaridad donde impera la hospitalidad. En las ciudades, los jóvenes emigrados de las zonas rurales se encuentran sin capital social en un entorno muchísimo más individualista.
Una policía cada vez más militar
La recuperación por parte del Estado de esos barrios no se diferencia mucho del empleo de tácticas de contra insurgencia en un conflicto armado. La Gendarmería Nacional argentina, una fuerza equivalente a la Guardia Civil, recibió la misión de tomar el control de un barrio de la periferia del Gran Buenos Aires conocido como Fort Apache, donde la policía estaba totalmente superada por la situación y se mantenía atrincherada en una comisaría protegida con una barricada de coches abandonados.
Los gendarmes empezaron a patrullar el barrio con cascos militares de kevlar y chalecos antibala, empleando las mismas tácticas que cuando fueron desplegados como cascos azules en Haití. En Brasil, la policía de Río de Janeiro cambió de táctica frente al narcotráfico en las favelas. En vez de lanzar incursiones puntuales para detener a los delincuentes, como queda reflejado en la película Tropa de Elite, decidió desplegar a la policía en las favelas de forma permanente con comisarías de barrio llamadas Unidades Policiales de Pacificación y estableciendo controles en las entradas de los barrios. Esas tácticas no fueron tan diferentes a las empleada por el ejército de Estados Unidos en Iraq durante la pacificación de Tal Afar.
El asedio urbano de Mumbai, el ejemplo de la nueva guerra
Un ejemplo equiparable es el de Ajmal Kasab. Tras huir del hogar paterno en su aldea natal en Pakistán se dedicó a pequeños robos en Rawalpindi hasta ser captado por Lashkar-e-Taiba, un grupo yihadista que le escogió para el atentado terrorista de más impacto mediático en la historia de la India.
El 26 de noviembre de 2006 Kasab y el resto de miembros del comando desembarcaron en Mumbai, la ciudad más poblada de la India, tras secuestrar en alta mar un barco pesquero y matar a toda la tripulación. Una vez en tierra, los diez terroristas se dividieron en parejas para atacar puntos diferentes de la ciudad de forma simultánea. Emplearon fusiles de asalto para ametrallar a los viajeros de la monumental estación CST, uno de los principales trenes del área metropolitana de Mumbai. También asaltaron los hoteles Taj Mahal y Oberoi Trident.
En el primero se encontraban hospedados una comisión de miembros del Parlamento Europeo, entre ellos el español Ignasi Guardans. En el Oberoi Trident se encontraba la entonces presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre. Todo ellos salieron indemnes de los ataques.
Por último, los terroristas asaltaron Nariman House, sede local de la organización judía Chabad-Lubavitch. Los servicios de seguridad quedaron colapsados ante la sucesión de ataques, las llamadas a los servicios de urgencia y la proliferación de rumores. La población siguió los acontecimientos por los medios de comunicación y especialmente por las redes sociales. El último lugar tomado por los terroristas fue liberado por las fuerzas especiales indias el día 29 por la mañana. El balance final fue de 166 muertos y 293 heridos de 25 nacionalidades diferentes. Ajmal Kasab fue el único terrorista capturado vivo y fue condenado a muerte.
Después del ataque se supo que los terroristas habían estado en contacto por teléfono con un puesto de mando en Pakistán, donde seguían los acontecimientos por televisión e Internet para proporcionarles información al momento. Para conectarse con el puesto de mando en Pakistán, los terroristas usaron medios avanzados como teléfonos satélites y sistemas de telefonía IP, en una trama compleja con ramificaciones que llegaron a España.
Los ataques de Mumbai inaguraron una nueva era donde los medios tecnológicos son relativamente asequibles, los terroristas emplearon Goggle Earth en la planificación, mientras que el impacto mediático es máximo en unos ataques que generan una crisis que horas o días, con un seguimiento continuo de los medios. John P. Sullivan y Adam Elkus llamaron al ataque de Mumbai un “asedio urbano”, por la capacidad de los terroristas de paralizar una ciudad entera.
Los terroristas trataron también de alcanzar un impacto parecido en los ataques de París el 13 de noviembre de 2015, simultaneando ataques con explosivos y ametrallamientos de los clientes de bares y restaurantes para terminar en la sala de conciertos Bataclan. La respuesta de las autoridades ha sido dotar a las unidades de intervención de la policía de vehículos blindados militares, como el vehículo a prueba de minas Nexter Titus de 27 toneladas.
Se trata de una tendencia iniciada en Estados Unidos, donde vehículos y material militares declarados excedentes son vendidos a bajo precio a los departamentos de policía en un proceso denunciado como parte de una creciente militarización de la policía. La ciudad del futuro se entiende como un campo de batalla.