Tu móvil contra un reglamento pre-franquista: así es la batalla de las universidades contra las chuletas tecnológicas

Tu móvil contra un reglamento pre-franquista: así es la batalla de las universidades contra las chuletas tecnológicas

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Tu móvil contra un reglamento pre-franquista: así es la batalla de las universidades contra las chuletas tecnológicas

Hace ya algunos años, en 2013, tuvo lugar el caso más famoso de chuletas electrónicas en España, uno que llegó incluso a tribunales. La Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) denunció ante la Fiscalía de Barcelona a una academia que distribuyó las respuestas de la prueba de tipo test en medio de un examen de Electromagnetismo.

El método que utilizó la academia fue un grupo de Whatsapp que se encontraba compuesto por los alumnos de esa misma agrupación y a través del cual filtró las contestaciones correctas a las cuestiones planteadas en el examen de la universidad catalana. Desde la UPC sospecharon que dos estudiantes, ajenos a la carrera, se infiltraron en la prueba y aprovecharon un "despiste" para abandonar el aula con las preguntas planteadas en el examen. Ya en el exterior, uno de los profesores de la academia completó el cuestionario y deslizó las respuestas que llegaron a los smartphones de todos los estudiantes de la academia.

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Echando la vista cinco años atrás, el acceso a smartphones y a Whatsapp era algo ya extendido, pero ahora hay muchas más opciones. Los smartwatch y los auriculares bluetooth se han unido a los móviles como uno de los recursos más accesibles para copiar en un examen. Sin embargo, muchas universidades españoles todavía saben cómo actuar contra ellos y algunas medidas chocan frontalmente contra la legalidad.

La tecnología un paso por delante

Maniobras tan habituales dentro de un aula, en la que se está realizando un examen, como la de dejar el teléfono móvil en la mochila al fondo de la clase se descubren como completamente inútiles. En la actualidad hay dispositivos casi minúsculos, y muy fáciles de esconder en cualquier lado (desde el calcetín hasta en la propia manga), que siguen funcionando a la perfección a pesar de las medidas aplicadas. Incluso los más baratos tienen un alcance efectivo de más de 10 metros sin sufrir ningún tipo de penalización en el audio.

"Para saber si se está copiando habría que mirar si el estudiante tiene un circuito de inducción cerca de su cabeza (típicamente al cuello, por debajo de la camiseta) y eso ya es mucho más invasivo e incómodo para todos”

“Si alguien tiene un 'micropinganillo' de los que se introducen directamente en el conducto auditivo, a simple vista es indetectable. Para saber si se está copiando habría que mirar si el estudiante tiene un circuito de inducción cerca de su cabeza (típicamente al cuello, por debajo de la camiseta) y eso ya es mucho más invasivo e incómodo para todos”, explica Pablo Garaizar, ingeniero informático, psicólogo y profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Deusto.

En los expedientes disciplinarios abiertos por copiar en los exámenes de la Universidad Pompeu Fabra siguen predominando, al menos de momento, las “chuletas” clásicas. No obstante, los profesores están alertados sobre los, cada vez más habituales, aparatos tecnológicos presentes en el aula y las medidas más comunes ya se aplican, aunque no se tienen en cuenta específicamente elementos como smartwatch o auriculares bluetooth.

Además, dentro de las aulas, en los propios exámenes, los mecanismos de detección se han quedado obsoletos. "La Escuela de Ingeniería llegó a plantear la posibilidad de instalar inhibidores, pero la idea se desechó, tal y como en otras universidades", explica Teresa Cascudo, Defensora del Universitario en la Universidad de La Rioja.

Los inhibidores son ilegales

La primera medida que puede venirse a la mente para evitar que los móviles, los smartwatch y los auriculares bluetooth funcionen es la instalación de inhibidores de frecuencia. Con estos inhibidores se pueden alterar las comunicaciones de una zona impidiendo que se transmitan mensajes desde el exterior; sin embargo, la legalidad vigente impide su utilización libre y sin aprobación expresa del organismo establecido.

En 2011, el Gobierno ordenó la retirada de los inhibidores de la Universidad de Oviedo; en 2014, la institución abrió varios expedientes en universidades de la Comunidad Valenciana por haber optado por esta medida sin consentimiento. El mayor problema de estos inhibidores de frecuencia reside en que es imposible de controlar su radio de acción, por lo que su colocación en determinadas aulas podría provocar numerosos problemas a personas ajenas al examen.

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Si se echa un vistazo a la página web de la policía nacional, puede encontrarse un apartado específicamente relacionado con los inhibidores de frecuencia en diferentes contextos y espacios. De hecho, hay uno en concreto que hace alusión a su colocación en centros de enseñanza y universidades.

Desde el órgano policial, explican que la utilización de los inhibidores de frecuencia también afectarían a otros aparatos legales entre los que se citan “equipos de seguridad” del propio centro y de locales aledaños, así como viviendas o edificios contiguos. En la actualidad, solo las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y Administraciones Públicas autorizadas tienen permiso para colocarlos.

Si un ente ajeno quisiera poner uno en un determinado lugar debería contar con la autorización expresa de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones. No obstante, ha habido varios casos de universidades que han colocado estos inhibidores sin el permiso pertinente y han sido obligados a retirarlos e incluso podrían haber recibido una denuncia de haberse considerado oportuno.

Una necesaria renovación

“No creo que haya más estudiantes copiando ahora que antes, solo que algunos lo hacen con métodos más tecnológicos (iba a decir más sofisticados, pero hace años había “chuletas” que eran de una sofisticación espectacular)”, cuenta Garaizar. Además, explica que resulta más engorroso pedir a los alumnos que se quiten cualquier smartwatch o pulsera que lleven y las medidas más habituales se centran en los smartphones.

Para detectar una copia no solo basta con pillar al alumno in-situ, ocasionalmente ocurren “milagros” que superan los límites de la ficción: “Finalmente, siempre está el mecanismo de la revisión de un examen: hay algunos que son difícilmente entendibles (por ejemplo, repetir palabra por palabra varias páginas seguidas del libro o que varios estudiantes tengan exactamente los mismos fallos en los mismos ejercicios) y en un cara a cara con el profesor toda esa tecnología no podrá hacer gran cosa”.

Uno de los apartados en los que sí que se ha avanzado, desde los dos lados, ha sido en la captación de plagios tanto para trabajos comunes de la universidad como en estamentos más altos: trabajos de fin de grado o tesis doctorales. De hecho, los casos entre los políticos cada vez son más habituales o, por lo menos, hay más herramientas para detectarlos y en las universidades son un recurso esencial desde hace años para poder frenarlos entre el alumnado.

Sin embargo, en el tema de los exámenes sigue habiendo una lacra importante. Mientras que en el caso del plagio, el efectuado en trabajos académicos, hay ya un protocolo sobre cómo actuar, en los exámenes “no están previstas sanciones en lo referente al uso de este tipo de aparatos tecnológicos”.

Una de las quejas que manifiesta la Defensora del Universitario en la Universidad de La Rioja es que las universidades españolas llevan muchos años esperando un “régimen disciplinario” que tiene que pasar por el Congreso de los Diputados. “Debería haber sido redactado y aprobado hace casi una década, puesto que es un mandato expreso del Estatuto del Estudiante Universitario. El régimen disciplinario vigente en la actualidad es preconstitucional y data de 1954”, protesta Cascudo.

En defensa propia

Recientemente, la Facultad de Letras y de la Educación de la Universidad de la Rioja ha aprobado una normativa según la cual se prohíbe el uso de ese tipo de aparatos (smartwatch, móviles y auriculares bluetooth). "Ya no durante los exámenes, sino incluso en clase durante todo el período lectivo. Esta prohibición afecta a estudiantes y docentes", relata Cascudo.

Dejando a un lado particularidades, Teresa cuenta que las escuelas y facultades tienen "normativas propias" en las que se indica que, durante los exámenes, "no está permitida la utilización de ningún material o instrumento que no haya sido explícitamente autorizado por la persona encargada de la docencia de la asignatura correspondiente". Esto significa que, legalmente, un profesor tiene la potestad de pedir a todos sus alumnos que se despojen de relojes inteligentes, móviles y demás elementos tecnológicos antes de un examen.

Clases universidad

La situación con cada entidad es única, y puede variar. Por ejemplo, en la Universidad Autónoma de Madrid, la oficina del Defensor del Universitario no ha recibido ninguna queja respecto a la tecnología dentro de los exámenes “ni por parte de los alumnos ni de los profesores”.

A pesar de todo, la tecnología dentro de las aulas es fruto de debate en muchos núcleos académicos y un tema de conversación recurrente. "La preocupación por este tema es ahora más intensa que en el pasado. En general, la cuestión del fraude académico (podríamos considerar la copia en un examen como su versión más familiar) se está convirtiendo en un tema prioritario", sentencia Cascudo.

Una solución académica

En realidad, no parece que dentro de las universidades españolas haya mucho margen de maniobra con respecto a la presencia de smartwatch, smartphones o auriculares bluetooth dentro de un aula. Suponiendo que fueran legales, incluso con inhibidores de frecuencia, en exámenes puramente teóricos, un estudiante podría descargarse un PDF con los apuntes y abrirlo sin problemas.

De hecho, medidas como obligar a todos los alumnos a apagar sus móviles y a dejarlos encima de la mesa, aunque el profesor se cerciorase de que todos están totalmente desconectados, podrían ser fácilmente esquivables con un segundo terminal. Posiblemente, solo con un cacheo exhaustivo se conseguiría solventar la papeleta pero se traspasaría una barrera personal del estudiante.

“La mejor lucha contra los plagios y las copias en los exámenes radica en la sofisticación de los métodos de evaluación”

Garaizar considera que las evaluaciones continúas, en las que tanto hincapié hizo el Plan Bolonia, ayudan precisamente a que los alumnos copien menos en los exámenes ya que “no se juegan todo” en un examen final. “Desincentiva la copia porque el coste/beneficio de copiar es menor: si copias y no te pillan, solo consigues un porcentaje pequeño de la nota; pero si te pillan, suspendes toda la asignatura”, explica.

“Ya no sé si nos acordamos de Bolonia. Lo que tenía de bueno era avanzar en la evaluación continua, lo que significa que el profesor tiene elementos de evaluación que van más allá de jugárselo todo a un examen”, cuenta Pere Torra, secretario general de la Universidad Pompeu Fabra. Torra insiste en que “la mejor lucha” contra los plagios y las copias en los exámenes radica en “la sofisticación de los métodos de evaluación”.

No existen pruebas, ni datos estadísticos, que puedan afirmar que las nuevas tecnologías estén aumentando el número de alumnos que copian en los exámenes, al menos en España, y desde las universidades consultadas el sentir continúa en esta dirección. Hay más opciones ahora, desde luego, pero no es que hace 10 o 20 años hubiera falta de ideas y si uno hace memoria podrá recopilar unas cuantas que vio acometer o escuchó narrar como si se tratase de una leyenda.

Mientras los sistemas de evaluación continúen igual, con exámenes como prueba fundamental e indispensable, esta batalla sempiterna será la de siempre: la de aquellos que quieran encontrar la manera de copiar a toda cosa -tanto si pueden hacer uso de la tecnología, como si no- y la de los profesores, incansables, que intentarán responder a las cuestiones de sus alumnos mientras siguen la pista de aquellos a los que tal vez no miren ya tanto al estuche como a sus muñecas u orejas. Y quizás, entonces, vuelvan a recurrir a los clásicos.

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