La minería en aguas profundas lleva años siendo objeto de disputa. Ahora está a punto de hacerse realidad

La minería en aguas profundas lleva años siendo objeto de disputa. Ahora está a punto de hacerse realidad
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Si queremos avanzar en la carrera hacia la descarbonización necesitamos minerales. No es ningún secreto. Para la fabricación de turbinas eólicas o baterías de vehículos eléctricos necesitamos una contundente provisión de materiales, igual que para otros dispositivos que usamos en nuestro día a día, como ordenadores o smartphones. La respuesta a ese dilema, con vis geopolítica incluida, podría estar en uno de los lugares más remotos del globo: el lecho oceánico.

El problema es que abre un debate del mismo o incluso mayor calado que el volumen de minerales que podríamos extraer de las profundidades de nuestros océanos. Las autoridades son conscientes y llevan años intentando regularlo sin demasiada fortuna hasta el momento. El riesgo: que se acabe el tiempo y la actividad se extienda sin un marco que permita fiscalizar a las empresas.

¿Qué es la minería en aguas profundas? El nombre no deja mucho a la imaginación. Su atención está puesta en el lecho marino, en regiones —apunta Save The High Seas— que habitualmente se sitúan más allá de las plataformas continentales y bajo columnas de agua de 200 metros. Además de por su compleja accesibilidad destacan por su riqueza. En biodiversidad, con ecosistemas adaptados a condiciones únicas, vulnerables y aún por conocer. Y también en grandes yacimientos minerales ricos en metales, como cobre, cobalto, níquel o manganeso, demandados por la industria.

Su interés comercial es evidente y ya hay en marcha trabajos experimentales y de exploración, pero la minería en aguas profundas aún no se ha extendido a escala comercial. En parte por el recelo que genera el impacto que podría tener a nivel medioambiental, con la pérdida de biodiversidad.

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El caso de la Zona Clarion Clipperton. Buen ejemplo de lo que ofrece el fondo marino para las firmas mineras lo deja la zona Clarion-Clipperton (CCZ), en el océano Pacífico, entre México y Hawái. Su área dobla, más o menos, el tamaño de México, extendiéndose desde la isla Clarion y Clipperton, y destaca por varias características. La primera es su diversidad, que aún no conocemos plenamente pero ya ha mostrado a los expertos una riqueza mucho mayor de lo que aparenta a simple vista.

La segunda es su enorme potencial minero: a 4.000 metros de profundidad bajo la superficie marina se dispersan nódulos de manganeso, del tamaño de una patata o pelota de béisbol y ricos en cobre, níquel y cobalto. Según detalla la BBC, se estima que la CCZ podría albergar unas 27.000 millones de toneladas de nódulos, con cobre suficiente para abastecer al mundo a lo largo de tres décadas. La responsabilidad de velar por la CCZ y el complejo equilibrio entre su interés minero y medioambiental es la Autoridad de los Fondos Marinos (ISA), adscrita a la ONU.

Una prueba piloto ya en marcha. El enorme potencial de la región no ha pasado inadvertido a The Metal Company (TMC), compañía con sede en Vancouver. A través de su subsidiaria Nauru Ocean Resources Inc. (NORI), la firma recibió luz verde de IAS en septiembre para iniciar pruebas piloto de recolección de nódulos polimetálicos en la CCZ. Su objetivo —reconocía entonces— pasaba por recolectar 3.600 toneladas durante una prueba que finalizaría en el cuarto trimestre de 2022.

Poco después, a principios de octubre, The Metal Company informaba de que NORI había comenzado ya a monitorear el impacto ambiental de las pruebas de recolección de minerales. El objetivo final, incidía la compañía, es que los datos recopilados, junto a los terbytes recabados a lo largo de 16 campañas en alta mar, sustenten “la solicitud de NORI a la IAS para un contrato de explotación que la compañía espera presentar en la segunda mitad de 2023”.

¿Qué está haciendo la compañía? En su proyecto TMC trabaja mano a mano con Allseas en un sistema que básicamente permite succionar las rocas —nódulos polimetálicos— y trasladarlas con un sistema de tuberías hasta el barco. En su último comunicado, de mediados de octubre, la compañía explica cómo había logrado recolectar alrededor de 14 toneladas de nódulos que transportó luego a superficie mediante un sistema elevador de 4,3 kilómetros, hasta la bodega del buque Hidden Gem. TMC asegura que es la primera prueba de este tipo que se realiza allí desde los años 70.

En la zona, recalca TMC, hay un buque que se encarga de monitorizar de cerca, con sensores, estaciones de recolección de sedimentos y dispositivos encargados de medir los sonidos, todos sus trabajos con “científicos independientes” encargados de evaluar el posible impacto medioambiental de las pruebas. “Está diseñado para registrar cualquier cambio en el entorno marino”, reivindica TMC, que concluye recalcando sus planes de solicitar un contrato de explotación a la IAS en 2023.

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Activada la cuenta atrás. Las pruebas de TMC van más allá de la labor de la compañía. Como indica The New York Times, añade un marco temporal a corto plazo en un debate —el del equilibrio entre intereses mineros y preservación ecológica— que lleva ya bastante tiempo sobre la mesa. A medida que avanzan las pruebas en el Océano Pacífico y los reguladores debaten si autorizar la minería a gran escala a partir de 2024, la discusión adquiere un nuevo matiz de urgencia.

El escenario que se abre ahora se veía venir desde el verano de 2021, cuando la república de Naru presentó a la ISA su intención de aprovechar los recursos mineros. Ya entonces se apuntaba a una “bomba de tiempo” que dejaba al organismo un horizonte de un par de años para “completar las normas, reglamentos y procedimientos” para facilitar la aprobación de los planes de trabajo.

La necesidad de minerales… La cuestión que late de fondo está bastante clara: ¿Pueden aprovecharse los recursos mineros de Clarion-Clipperton sin dañar su biodiversidad? Para demostrar la eficiencia de su sistema TMC ha desplegado toda una red de control, con científicos, submarinos y sensores. “La evidencia que vemos indica que podemos recolectar estas rocas con una fracción de los impactos ambientales y sociales en comparación con las alternativas terrestres”, explicaba en septiembre a ABC News Gerard Barron, presidente ejecutivo de la compañía. Su argumentario se completa con el valor de los minerales que extraen para la industria y la descarbonización.

“Los datos que recopilamos serán claves para definir y cuantificar los impactos ambientales de nuestro proyecto de recolección, que hasta este momento han estado sujetos a especulaciones y conjeturas”, reivindica el responsable del programa ambiental de la firma, Michael Clarke.

… Y la preservación de la biodiversidad. No todos lo ven igual, desde luego. No faltan voces tampoco que advierten del daño que la minería puede causar en un ecosistema que aún no hemos llegado a conocer del todo. No solo eso. También minimizan el valor de las evaluaciones de TMC. “Lidiamos con una parte del océano con una diversidad única. Y apenas empezamos a entenderlo”, comenta a ABC News Gavin Mudd, profesor de ingeniería ambiental de la Unibversidad RMIT.

Sobre los estudios, el experto recuerda que los ecosistemas tardan siglos o milenios en formarse y los impactos deben monitorizarse a largo plazo, durante décadas. “Hacen pruebas en un corto tiempo y luego extrapolan”, lamenta el experto. “Corremos el riesgo de destruir algo que aún no entendemos del todo”, advertía ya hace un lustro a la BBC Astrid Leitner, bióloga marina.

En una línea similar se pronuncia en The New York Times Matthew Gianni, de Deep Sea Conservation Coalition, que advierte de los riesgos de los sedimentos que se puedan levantar durante las operaciones, con sus posibles efectos sobre los ecosistemas marinos y la pesca. “Sin ni siquiera conocer las especies que existen y cómo reaccionan a este sedimento no puede hacer ninguna afirmación sobre cuál sería el impacto biológico de las columnas”, recalca.

Imágenes: The Metals Company

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