Arte con espejos mecánicos que interactúan con el espectador: la sorprendente propuesta de este creador convierte la ingeniería en una fantasía

Arte con espejos mecánicos que interactúan con el espectador: la sorprendente propuesta de este creador convierte la ingeniería en una fantasía
4 comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail

Arte e ingeniería no maridan nada mal. Sobre todo cuando se alían para sorprender al público. Desde hace un buen puñado de años Daniel Rozin se dedica a demostrarlo mediante esculturas interactivas con las que explora las posibilidades de la creación digital. Parte de su obra más conocida se basa de hecho en el uso de "espejos mecánicos", terreno en el que se adentró en 1999 con Wooden Mirror, una cuadrícula octogonal de cuadrados de madera conectados a 830 motores que, gracias a una cámara y computadora, modifica su mosaico cuando el espectador pasa ante ella.

Hasta hoy no ha parado de experimentar en esa línea con formas, materiales y posibilidades.

Algunos de sus diseños recuerdan en cierto modo al espejo primario del James Webb, una pieza de 18 segmentos hexagonales diseñada al milímetro y ensamblada con precisión por los ingenieros de la NASA para sondear el universo, pero que probablemente no desentonaría en las salas del Tate Modern o el Guggenheim. Otra muestra de lo cerca que están a menudo arte y mecánica.

Misión: sorprender (e interactuar) con el público

Con el tiempo Rozin ha ido explorando con diferentes materiales para crear “píxeles”. En Fan Mirror (2013), por ejemplo, ensambló una gran estructura de más de cuatro metros utilizando 153 abanicos de Corea, China, Taiwán, Japón y España controlados por motores y enlazados a su vez a un ordenador y cámara. El objetivo: que, al igual que Wooden, reaccionasen al movimiento.

En el caso de Angles Mirror utilizó un triangulo de acero con casi medio millar (465) de pequeñas tiras de plástico. A la hora de montarlo echó mano de un Xbox Kinect, un Mac Mini y y software personalizado. Cuando toca tirar de materiales Rozin no se pone límites. En 2011 recurrió por ejemplo 500 piezas irregulares que montó en una composición bautizada Trash Mirror.

Para lograr que sus espejos mecánicos interactúen con el público —algunas de sus piezas "reflejan" las formas y juegan con la luz y las sombras para crear píxeles—, el artista ha utilizado cámaras de vídeo, sensores de movimiento y láser. “En muchos casos, el espectador se convierte en contenido de la pieza y en otros se le invita a tomar un papel activo en la creación. Aunque las computadoras se utilizan a menudo en el trabajo de Rozin, rara vez son visibles”, detalla la web del creador, oriundo de Jerusalén, pero con estudio en EE. UU., donde imparte clases de arte.

Hace varios años, por ejemplo, presentó una enorme escultura circular, de cerca de dos metros y medio de diámetro, elaborada por encargo de Nespresso para su exclusiva tienda boutique de Manhattan. La pieza, Last Chance to Shine, está compuesta por 832 baldosas elaboradas con tapas de cápsulas de café de aluminio reciclado. Cada una está conectada a su vez a un motor que responde a 52 controladores y un algoritmo. Cuatro sensores infrarrojos pasivos permiten a la escultura de Rozin detectar la energía térmica de la gente que pasa ante ella.

“Los cuatro sensores me dan un uno o un cero, simplemente dice: ‘Hay una persona frente a él o alguien se está moviendo o no’”, explicaba el creador en 2018 a The Verge: “Utilizo la mecánica o la cinética para crear mi arte y a lo largo de los años me he enamorado de esto”.

Lo cierto es que más de dos décadas después de Wooden Mirror, Rozin sigue experimentando con la ingeniería en sus obras. En la Untitled Art Miame Beach 2021 presentó CMY Shadows Mirror, una curiosa pieza circular dotada de un software personalizado, cámara 3D y motores. La obra, de 182,9 centímetros de diámetro, está compuesta por 1.555 paletas acrílicas de colores que se mueven en sincronía, reflejan los movimientos del público y muestran animaciones aleatorias.

En agosto de 2021 su arte fue un paso más allá e incurrió incluso en el terreno de la música. El percusionista Steven Schick aprovechó el chasquido que hacen las baldosas de una de sus esculturas para ofrecer un concierto en el SummserFest de La Jolla Music Society.

Una muestra más de que ingeniería y arte pueden ir perfectamente de la mano.

Imagen de portada | Tomislav Medak (Flickr)

Comentarios cerrados
Inicio