Khan Academy y el aula invertida: los problemas y las virtudes de la última revolución educativa

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Cuando Salman Khan comenzó a impartir clases de matemáticas a su sobrino a través de una plataforma digital, allá por 2007, difícilmente podía imaginar que una década más tarde recibiría el más alto reconocimiento entregado por España. Y sin embargo, Khan y su academia virtual, la Khan Academy, acaban de recibir el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2019. Un galardón que premia doce años de vocación y un éxito mediático con pocos precedentes.

El origen. La anécdota no es trivial: Khan comprendió las ilimitadas posibilidades educativas de Internet impartiendo clases particulares a un familiar. Su método era simple: vídeos breves, didácticos y educativos que resolvían problemas complejos relacionados con las ciencias exactas. Khan comprendió el potencial de su idea, la estandarizó y la convirtió en una academia virtual para millones de alumnos.

Su éxito ha sido total. Hoy suma más de 60 millones de usuarios registrados y más de 10.000 millones de problemas resueltos. Es el aula global. Y es gratis.

Filosofía. Es parte de su atractivo. Khan es consciente de las barreras que afrontan las familias pobres para acceder a una educación de calidad. Sus cursos, de libre acceso, sirven de sustituto. Lo hace aplicando las lecciones del "aula invertida", un método pedagógico alternativo muy en boga dentro de los círculos educativos heterodoxos. En su base, invierte la relación de fuerzas en el aula: el profesor guía, pero el aprendizaje es extraescolar y autónomo.

Se emparenta con el autoaprendizaje. Los alumnos utilizan un abanico de herramientas para acceder al conocimiento, y contrastan sus hallazgos y resultados con el profesor a posteriori. La plataforma de Khan no sólo incluye vídeos: también seguimiento individual, monitorización y herramientas complementarias.

El éxito. Su triunfo es innegable, aunque no ha estado exento de polémicas. Hace cuatro años, el College Board estadounidense, responsable del importantísimo examen SAT, anunció una colaboración con la Khan Academy para ofrecer recursos y vídeos online a los millones de estudiantes del país. Muchos de ellos, pobres, no tenían los suficientes recursos para acceder a las exclusivas clases particulares requeridas para superarlo.

Las críticas. ¿Es oro todo lo que reluce? No. Cuando en 2012 su academia se convirtió en un hito viral ineludible, diversos expertos educativos cuestionaron el planteamiento de Khan. El principal problema es de continuidad: se sabe que los cursos online tienen unas tasas de abandono altísimas, y que la vasta mayoría de sus alumnos no llegan al final. Se aburren. No se comprometen.

La segunda es de filosofía. Numerosos expertos han criticado sus vídeos no tanto por factualmente incorrectos, sino por sólo aportar soluciones a los problemas. Es decir, no contribuye a comprender o a asimilar los contenidos de una materia dada, sino que ofrece atajos pedagógicos rápidos y mecánicos. De este modo los alumnos no aprehenden, resultando en una enseñanza más superficial.

Los roles. Khan ha desestimado las objeciones de la comunidad educativa apuntando a cierto corporativismo. Lleva parte de razón. Pero sus críticos también. El rol del profesor, su tutela, planificación y guía, para ofrecer marcos de entendimiento son claves en el éxito de cualquier educación. La Khan Academy plantea una educación procesada, un "así es como obtienes la respuesta a este problema", no tanto un "comprende el problema y así obtendrás la respuesta".

¿El futuro? El Princesa de Asturias apuntala una carrera plagada de reconocimientos, no obstante, y de parabienes de respetadas figuras como Bill Gates. Proyectos como Khan Academy pueden profundizar en un proceso de mayor autonomía y personalización educativa, liberado de las graves restricciones económicas o estructurales. ¿Pero es el futuro? Quizá sí como complemento, pero jamás como sustitutivo a un modelo más personal y tutorizado. Al profesor.

Imagen: AP

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