Treinta días después de que una explosión nuclear destruya Manhattan

Treinta días después de que una explosión nuclear destruya Manhattan
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Boom. No importa el lugar concreto, ni la hora del día: una bomba nuclear de tamaño medio (o varias bombas pequeñas) explotan en el corazón de alguna megaciudad contemporánea. Diez, quince, veinte millones de personas apiladas entorno a una zona altamente radiactiva. Ningún equipo electromagnético funciona, los mensajes son contradictorios, la situación se ha vuelto terriblemente confusa. ¿Y ahora qué?

Esa pregunta llena los informes (y las pesadillas) de las agencias gubernamentales que se dedican a contener los posibles apocalipsis. Sobre todo, porque el impacto en las infraestructuras y en las redes de distribución es fácil de calcular, pero la reacción de las personas es una absoluta incógnita. O lo era: un grupo de investigadores está haciendo todo lo posible para que deje de serlo.

Una simulación de 20 millones de almas

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En concreto un equipo del Centro de Complejidad Social de la Universidad George Mason que con financiación de la Defense Threat Reduction Agency (DTRA) está obsesionado con simular todos los escenarios posibles ante la posibilidad de sufrir un atentado nuclear en el corazón de cualquier ciudad norteamericana.

Es una tarea inmensa: en el desarrollo de ese modelo informático que permita simular las consecuencias sociales y las reacciones de más de 20 millones de personas durante los 30 días posteriores, intervienen casi una decena de personas (dirigidas por William Kennedy y Andrew Crooks) y más de 450.000 dólares.

Los modelos trabajan con ciudades de entre 10 y 20 millones de personas y tienen en cuenta todo tipo de cuestiones sociales, pero también analizan y proyectan las consecuencias ambientales, económicas y políticas a corto plazo. Esto es importante, lo que interesa ahora es la reacción, no su recuperación.

Los planes de contingencias están más que diseñados, pero las agencias como la Defense Threat Reduction Agency (DTRA) están interesadas en cómo gestionar las consecuencias sociales y los diferentes escenarios posibles.

¿Cómo se puede hacer una simulación así?

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Para desarrollar las simulaciones, el equipo ha usado MASON, un framework open-source que mantiene y desarrolla el departamento de informática de la propia Universidad. En él se integran modelos cognitivos muy avanzados (que simulan la conducta de cada individuo ante cada escenario casi al milisegundo) con numerosas variables como la vivienda, el trabajo, las relaciones familiares o las dinámicas comunitarias del barrio.

Además, todo esto se complica en las megaciudades porque la estructura social es más compleja: entran en juego todas las instituciones públicas y privadas que mantienen el sistema (desde comedores escolares a tiendas de ropa).

La clave, no obstante, es el análisis histórico de otros desastres. El equipo ha llevado un estudio bastante detallado de las reacciones sociales de otros desastres. En parte a través de estudios detallados, en parte a través de entrevistas e informes.

¿Cómo serían los primeros 30 días tras una catástrofe nuclear?

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Si es en Manhattan, donde los investigadores han hecho la simulación, lo esperable sería ver a cientos de miles de personas colapsando los túneles y los puentes para salir de la ciudad. Pero como explicaba a The Atlantic William Kennedy, "la realidad no suele parecerse a la visión de una película de desastres de Hollywood".

Los escenarios más probables indican que no pasaría nada. La gente se quedaría en su casa, seguiría las instrucciones y ayudaría a los heridos. "Incluso tras el 11 de septiembre, el comportamiento de los individuos fue muy cívico", explica. Y los casos de alarma social son muy improbables según sus modelos predictivos.

Según parece ese civismo es una constante en las catástrofes que han estudiado. "Quizá la única excepción, fue el huracán Katrina". Algo que, por sí mismo, nos ayuda a repensar las ciudades. Y repensarlas no solo para un ataque nuclear, sino para entender que cosas como el descrédito de las autoridades y la falta de vertebración comunitaria son síntomas del fracaso de las tecnologías sociales más básicas.

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