'El hombre invisible': la nueva fórmula del clásico pone el acento en el terror doméstico y la paranoia con mensaje

'El hombre invisible': la nueva fórmula del clásico pone el acento en el terror doméstico y la paranoia con mensaje
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A la nueva versión de 'El hombre invisible' se le pueden echar en cara muchas cosas, pero desde luego no que sea tibia. Llega con el propósito de plantear un giro radical a la historia clásica (de la que mantiene los suficientes elementos literales para, bueno, para seguir llamándose 'El hombre invisible'), y lo hace con todas las consecuencias. Cambia el foco de atención, cambia la personalidad de villano y cambia el tono, que pasa a tener un sensacional componente de thriller de terror. El resultado está siendo celebrado, con toda justicia, como una buena prueba de que cuando los clásicos son reformulados con gusto y talento, bienvenida sea la fritanga.

El centro de esta nueva 'El hombre invisible' no es, como lo era hasta ahora, el propio monstruo. Ya desde los tiempos de la novela original de H.G. Wells, las películas que lo han adaptado se han centrado en el científico que consigue un filtro de invisibilidad funcional y que se convierte en un loco megalomaniaco. Siempre ha existido la duda, en todas las adaptaciones, si la culpa de su locura la tiene una reacción química con el cerebro del científico, o que atisbar las infinitas posibilidades de dominación global que da la invisibilidad hace saltar por los aires su cordura.

Esta vez no. Esta vez estamos hablando de un sujeto genuinamente despreciable, con invisibilidad o sin ella. En ese sentido, con la adaptación que más conecta es con la infravaloradísima visión de Paul Verhoeven, 'El hombre sin sombra', que presentaba a un cretino que, con el poder en sus manos, se convertía en un cretino peligroso. Lo que sucede, parecía decir Verhoeven, es que hay cretinos que, ya visibles, son un peligro público y por eso el director, uno de los sujetos más cínicos de Hollywood, planteaba tentaciones muy mundanas para este hombre invisible y le espetaba al espectador: "no, honestamente... ¿tú qué harías?"

En realidad, la versión de 2020 es igual de cruda que la de Verhoeven en su planteamiento, pero incluso más incómoda. No pretende que el espectador se identifique con el villano, y para que quede claro, le cuelga un estigma que nada tiene que ver con la tan pulp megalomanía a lo Fantomas de los hombres invisibles originales: este hombre invisible es un maltratador psicológico. La idea queda reforzada es una extraordinaria secuencia inicial en la que la protagonista se escapa de su casa mientras su marido duerme, sedado. No hay elementos fantásticos en la escena, que transpira una inquietante atmósfera de amenaza intangible. No hace falta omnipotencia ni invisibilidad: el miedo de la protagonista es suficiente.

'El hombre invisible': amenaza en la sombra

La película de Leigh Whannell cuenta cómo Cecilia (Elisabeth Moss), una mujer sometida a su marido, decide escapar de su yugo doméstico, cuyas condiciones no se describen con detalle pero imaginamos sin problemas. Se refugia en casa de un amigo de su hermana, y unos días después recibe la noticia de que su marido, prestigioso investigador de tecnologías ópticas, se ha suicidado. Sin embargo, pronto comienza a detectar presencias que la hacen sospechar alguien que le vigila. ¿Un espectro, o más bien que no se va a desembarazar de su ex-marido ni después de muerto?

El enfoque está muy claro, pero Whannell (también guionista) lo plantea con enorme sutilidad, hasta tal punto que el personaje de Cecilia comienza a replicar con su comportamiento el de una mujer real que intenta escapar de una relación tóxica. Cuando es la única que cree que su marido no está muerto y quiere torturarla gracias a la invisibilidad, la reacción de todos los que la rodean, incluso los más allegados, es la de tratarla con una mezcla escalofriante de compasión y condescendencia. Porque igual está exagerando un poco.

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Este giro que convierte al hombre invisible en un misógino agresivo no es nuevo: el ejemplo más claro es el de 'El hombre sin sombra', obviamente, con una secuencia de abuso que lleva un paso más allá el voyeurismo incómodo de 'La ventana indiscreta'. También lo sugería la versión clásica de 1933 de James Whale cuando veíamos cómo trataba el protagonista a su prometida. Y tampoco se le escapó a esa summa maxima de hombres invisibles que es el personaje del cómic de 'La liga de los hombres extraordinarios' de Alan Moore, donde el personaje usa su invisibilidad para vengarse de una mujer que le humilló.

Es decir, que este enfoque no obedece a modas ni a "agenda feminista": en la sustancia del personaje siempre ha estado el abuso de los más débiles, y el personaje de Cecilia lo es. 'El hombre invisible', en su versión 2020, curiosamente, consigue ser más fiel al original que muchas otras versiones del mito, precisamente radicalizando su comportamiento y sumándole matices que nunca habíamos contemplado.

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Eso incluye, por cierto, un final en el que no entraremos para no espoilear, pero que da para debate, polémica y discusión. Es reconfortante que en una película de gran estudio, por muy modesta que sea su escala, tenga los arrestos de proponer un final discutible y ambiguo, y que conecta al film y a su protagonista nada menos que con el cine exploit y de serie B de los setenta, su ultraviolencia y su amoralidad. Bordea un asomarse al abismo de la pura inconsciencia que nos recuerda que Whannell es, entre otras cosas, uno de los creadores de 'Saw'.

Exquisitez invisible

Whannell tiene una caligrafía visual exquisita, desde la citada secuencia inicial, pura atmósfera gótica -pero sustituyendo el castillo por una lujosa residencia domotizada- a las no-apariciones iniciales del hombre invisible. Emplea y sitúa la cámara como si fuera un personaje más, y no tiene problema en regalar al espectador insólitos planos eternos (sobre todo en estos tiempos de edición frenética), fijos, inmóviles, con encuadres extraños, que sugieren presencias intangibles alrededor de la protagonista.

A eso se suma un tramo central más cercano a las personalísimas, increíbles secuencias de acción que desarrolló en 'Upgrade', una monstruosidad de culto divertidísima y que proponía un encuentro entre 'Robocop' y 'John Wick' en un contexto de acción verbenera y destrozona, y que mereció mucha mejor suerte. Algunas de las técnicas para visualizar la violencia que aprendió allí las repite con gran fortuna en 'El hombre invisible', subrayando un tramo central desquiciadísimo y donde acompañamos a la protagonista al infierno de la paranoia y de la luz de gas extrema.

Independientemente del éxito que obtenga con esta 'El hombre invisible', lo cierto es que Whannell tiene una visión del fantástico personal, que conecta el terror asiático con el atmósferico cine de horror gótico del euro-miedo de los setenta. La presencia infinitamente amenazadora de un monstruo invisible encaja perfectamente con su visión de los espacios, donde el peligro puede acechar en cualquier rincón.

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'El hombre invisible' va a recibir su buena ración de críticas por su enfoque abiertamente feminista, y por colocar en primer plano a un villano cuyos planes de dominación no tienen nada de genio del mal de folletín. Su invisibilidad y su poder están el sometimiento a quienes están cerca y eso es lo que hace que la película sea tan terriblemente incómoda y pertinente. Y, también, que demuestre de qué pasta están hechos los clásicos: son actualizables hasta el infinito, y siguen tan fascinantes como el primer día.

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