Terry Gilliam conocía el futuro antes que nosotros y lo vistió de ciencia ficción

Terry Gilliam conocía el futuro antes que nosotros y lo vistió de ciencia ficción
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Pocos creadores pueden presumir de haber configurado con tanto acierto como Terry Gilliam, en solo tres películas, el género de la ciencia-ficción. Aunque más habitual en otros terrenos narrativos como la comedia estrafalaria (sus animaciones para Monty Python, "Miedo y asco en Las Vegas") o la fantasía oscura ("Los héroes del tiempo", "Las aventuras del Barón Munchausen", "El secreto de los hermanos Grimm"), sus tres películas de género son auténticos templos de la anticipación onírica más densa e inquietantemente certera.

"Brazil", "Doce monos" y "The Zero Theorem", recién estrenada con notable retraso y de forma muy limitada en nuestro país, son tres aportaciones imprescindibles al cine de ciencia-ficción, además de obras muy personales y coherentes con el resto de su filmografía. Esta es la ciencia-ficción de Terry Gilliam, un visionario que lleva treinta años ofreciéndonos demoledoras instantáneas de un futuro desolador.

Brazil (1985), soñar en el futuro

"Brazil" es la tercera película de Terry Gilliam tras una fructífera etapa inicial como animador, actor ocasional y parte creativa dentro de Monty Python (donde codirigió "Los caballeros de la Mesa Cuadrada" y un sketch de "El sentido de la vida" sobre el que volveremos ahora), y de dirigir la inclasificable "La bestia del reino" y la fantástica "Los héroes del tiempo".

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Era su primera incursión en el terreno de la ciencia-ficción, pero se acercaba a ella con una visión y un tono similar a los de su obra anterior: "Brazil" no es una película de género al uso, no está interesada en la anticipación del futuro como lo está por ejemplo "Blade Runner", por mencionar una producción coetánea.

La conexión con sus películas previas está clara: "La bestia del reino" toma como punto de partida la narración onírica más importante de todos los tiempos, "Alicia en el País de las Maravillas" -"Jabberwocky", título original de la película, es una bestia mítica que aparece en Alicia a través del espejo-. Y "Los héroes del tiempo" no describe un sueño, pero su conexión con el mundo inestable, frenético e imprevisible de los cuentos de hadas, como sucede con los sueños escapistas del protagonista de "Brazil", es obvio.

"Brazil" tiene más de fantasía onírica, pues, que de delirio cyberpunk, otra corriente de la cultura de la ci-fi que empezaba a pisar fuerte por entonces. De hecho, aunque la conexión más clara de "Brazil" con el género está en el clásico "1984", y alguna vez se la ha calificado de adaptación apócrifa de la inmortal obra de George Orwell, Gilliam ha reconocido que no había leído el libro cuando empezó a preparar la película y se negó a hacerlo mientras rodaba para no contaminar su visión.

La esencia de "Brazil" está en el pánico del director norteamericano (vistas las penurias que ha tenido que atravesar para sacar adelante su filmografía, completamente justificado) a la burocracia, al gigante sin alma que caracteriza la sociedad post-industrial, y contra ese monstruo construyó esta amarga epopeya, pesimista y destructiva, que es "Brazil".

La idea original de la película parte del propio Gilliam, que reformula, en cierto sentido, su aclamado corto dentro del largometraje de sketches de Monty Python "El sentido de la vida", The Crimson Permanent Assurance. En esta mítica minipelícula un grupo de venerables empleados de una compañía de seguros se rebelan contra el despido de uno de sus compañeros convirtiendo el edificio en el que trabajan en un navío pirata, casi una célula terrorista anti-yuppie que pasa por la quilla y cuelga de las aspas de los ventiladores a todos los inhumanos encorbatados que pueblan el mundo de las finanzas.

A algo así aspira (aunque al principio no lo sabe) Sam Lowry, un apocado oficinista a sueldo del Ministerio de la Información de una civilización futura-pero-no-demasiado, que sueña cada día con rescatar a una dama de identidad desconocida. Un error burocrático que elimina del sistema a un inocente por error es la primera pieza del sistema en caer, y Lowry se ve envuelto en una red de intrigas de difícil escapatoria. Pero a diferencia de los piratas sexagenarios de "The Crimson Permanent Assurance", Lowry (interpretado con impertérrito gesto de mendrugo por Jonathan Pryce) no sabe cómo salir del laberinto burocrático en el que está metido, posiblemente porque esa salida no existe.

El primer guion de "Brazil", apropiadamente titulado "The Ministry", fue reescrito en varias ocasiones por el prestigioso dramaturgo británico Tom Stoppard, pero él y Gilliam no se entendían, pese a su conexión en algunos de los aspectos más memorables de la trama (la confusión de nombres entre Buttle y Tuttle que desencadena la acción es de Stoppard). Con la ayuda de su amigo Charles Alverson, Gilliam pulió el guion hasta dejarlo convertido en una mastodóntica pieza futurista que el millonario israelí Arnon Milchan, más Fox y Universal, proyectados productores de la película, no estaban dispuestos a asumir.

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Lo que más sufrió con los inevitables recortes de guion (y de los imponderables presupuestarios que llevaron a modificaciones a medio rodaje) fueron las estrafalarias secuencias oníricas de Lowry: las que lograron sobrevivir han acabado convirtiéndose en seña de identidad de la película, pero en las seis versiones del guion fueron cayendo otras aún más extravagantes, en las que Lowry atravesaba valles de globos oculares, escalaba muros infinitos de archivadores (como el del maravilloso cartel de la película) o abordaba gigantescos barcos de piedra, en un nuevo guiño a "El sentido de la vida".

El proceso de rodaje y posproducción de "Brazil" fue un auténtico calvario, uno digno de... bueno, digno de la propia "Brazil". No podríamos resumir en este artículo todo lo que dio de sí la guerra de Gilliam contra la maquinaria de Hollywood, y recomendamos para una perspectiva global sobre el suplicio (y para todo lo que concierne a Gilliam) la extraordinaria monografía "Terry Gilliam: El soñador rebelde", de Jordi Costa y Sergi Sánchez. Resumiendo: Gilliam quería el derecho al montaje final de la película, algo que Paramount, productora inicial del film, no estaba dispuesta a consentir.

Pero tras entrar en juego Milchan, que prometería a Gilliam derecho sobre el final cut (con solo un borrador de guion sobre la mesa), llegó a pasar más de un año de múltiples discusiones, entre ellas una primera espantada de Fox (no sin dudas iniciales cuando Gilliam se negó a dirigir "Enemigo mío" como contraprestación). Y hubo más, mucho más: un rodaje técnicamente muy complicado, un título que no convencía a nadie (otras opciones que se barajaron: “If Osmosis, Who Are You?”, “Explanada Fortunata Is Not My Real Name” o “Gnu Yak, Gnu Yak and Other Bestial Places”) y un capitoste en Universal, también coproductora, de rigidísimas ideas sobre la comercialidad del proyecto, que convirtió la fase de marketing en una auténtica batalla entre montajes y remontajes.

El resultado es una película única y que, treinta años después de su estreno, no ha perdido ni un ápice de actualidad o bilis. La pesadilla burocrática de Lowry sigue vigente, pero cuestiones como los delirios de cirugía estética de la madre del protagonista o el activismo anti-sistema de algunos de los personajes parecen haber sido escritos el año pasado.

En cualquier caso, "Brazil" es una obra genuinamente gilliamiana, rebosa tics no solo temáticos (la fantasía como vía de escape -por suicida que sea- de una realidad que nos anula, el miedo a una sociedad despersonalizada, el amor y el sexo como algo que puede salvarnos y redimirnos), sino también estéticos, posiblemente en mayor medida que obras posteriores. Jaulas, tuberías, archivadores, el uso entre paródico y respetuoso de la mitología artúrica... hasta los referentes que maneja, de Kubrick a Fellini (uno de los primeros títulos de la película iba a ser 1984 ½, en referencia a "Ocho y medio"). El resultado es una película palpitante, corrosiva y que posiblemente dentro de unas décadas, si la máquina no nos ha devorado del todo, seguirá contándonos cosas relevantes.

Doce monos: bregando con Hollywood

La segunda película de ciencia-ficción de Gilliam está inmersa en una trilogía de películas rodadas desde dentro de la maquinaria de Hollywood, con repartos de estrellas pero que, pese a ello, consiguen retener cierta autoría y sello personal. Antes de ella estuvo "El rey pescador" y después, "Miedo y asco en Las Vegas", antes de entrar en esa sinfonía de la locura que fue el rodaje de "The man who killed Don Quixote". "Doce monos" es uno de los encuentros más perfectos jamás vistos entre el mainstream hollywoodiense y el cine de autor, y está considerada con toda justicia una de las mejores películas de viajes en el tiempo de la historia.

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"Doce monos" parte de un mediometraje experimental de 1962 del documentalista Chris Marker, "La Jetée", donde se proponía una singular historia de ciencia-ficción contada casi exclusivamente con imágenes estáticas, como una fotonovela salida de una pesadilla en blanco y negro. Es la historia de los supervivientes de un desastre nuclear que viven el tiempo de forma no-secuencial, de ahí la arriesgada elección narrativa a base de fotografías. El protagonista se aferra a un recuerdo del pasado, el rostro de una mujer que siendo niño vio en un aeropuerto, y se ofrece como voluntario para una serie de experimentos mentales de viajes en el tiempo para conocer a la chica. Hasta que uno de los viajes cambia la dirección del tiempo.

"Doce monos" es uno de los encuentros más perfectos jamás vistos entre el mainstream hollywoodiense y el cine de autor

Curiosamente, la idea de hacer un remake de "La Jetée" no nació del propio Gilliam ni en el seno de la industria independiente, sino en los despachos de Universal. El productor Charles Roven (que financió cosas como "Análisis final") se puso en contacto con el guionista David Webb Peoples (autor de nada menos que "Blade Runner" o "Sin perdón") para que se inspirara en el mediometraje. Él y su mujer Janet, coguionista de la película, supieron desde el primer momento que era imposible adaptar "La Jetée" a una narrativa convencional, sobre todo porque, reconocen, ya lo hizo magníficamente y a su muy particular manera James Cameron con sus dos "Terminator".

Las virtudes de "Doce monos" se asientan sobre tres pilares. Por una parte, el citado guion de David y Janet Webb Peoples, una tela de araña fascinante y sugestiva que cuenta cómo un delincuente preso en el futuro (Bruce Willis) es enviado a nuestra época a recabar datos sobre una plaga que exterminará a la práctica totalidad de la humanidad en pocos años.

Por desgracia, los viajes en el tiempo no están todo lo perfeccionados que cabría pensar, y es enviado unos años antes de lo previsto o sufre las consecuencias de un sistema para enviar datos al futuro que no le ocasiona más que quebraderos de cabeza. En el presente se cruzará con una psiquiatra (Madeleine Stowe) y un chiflado con delirios de grandeza (Brad Pitt) con los que entablará relaciones desesperadas e imposibles.

De este modo, escondida detrás de una narrativa aparentemente caótica, reside una historia fascinante y que juega estupendamente con las paradojas propias de este tipo de relatos (la comunicación con el futuro a través de mensajes en un contestador telefónico dan pie a diversos problemas lógicos resueltos de forma muy ingeniosa), y aún tiene espacio para plantear una fascinante historia de amor, único aspecto esperanzador de una película pesimista y amarga, que trufa su desarrollo de imágenes maravillosas (los animales campando a sus anchas por la ciudad, o la idea de que los locos del presente son los viajeros en el tiempo del futuro).

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La segunda base sobre la que se sustenta "Doce monos" es su estupendo reparto masculino: Bruce Willis y Brad Pitt (Madeleine Stowe, en su línea, parece eternamente ausente de la trama, que tampoco es que le vaya mal al personaje) se apartan con fortuna de los papeles en los que por entonces estaban encasillados. Hoy estamos acostumbrados a ver a Willis y Pitt haciendo papeles estridentemente alejados de aquellos que les dieron la fama en los ochenta y noventa, pero es justo reconocer que la primera película que les dio esa oportunidad a gran escala fue "Doce monos".

Gilliam concienció a Bruce Willis de que debía prescindir de todos los tics que podían congraciarle con el gran público después de Luz de Luna y las Junglas de Cristal y, de hecho, buena parte del trabajo del montador Mick Audsley consistió en eliminar meticulosamente cualquier gesto simpático de Willis, para convertir al héroe en un auténtico desecho. Pitt, por su parte, estaba acostumbrado a improvisar y a la histeria interpretativa, y deseoso además de dejar atrás su imagen de ídolo de adolescentes.

Finalmente, "Doce monos" brilla por su extraordinario diseño de producción y escenarios. Jeffrey Beecroft hizo un excelente trabajo buscando plantas energéticas en desuso para que se refugiaran en ellas los restos futuros de la raza humana. Gilliam y Beecroft también manejaron para los escenarios referencias como la arquitectura deconstructivista, la obra fotográfica de Joseph Sudeck y los diseños de Labbeus Woods.

El manicomio donde el personaje de Willis es recluído en el presente es en realidad una cárcel abandonada. Gilliam retoma así los decorados “con mensaje” de "Brazil", convirtiéndolos en testigo mudo de los vaivenes temporales de los personajes y vehículos del turbio mensaje de la película: es inevitable pensar en el laberinto burocrático que oprimía a Lowry en "Brazil" cuando el antihéroe de "Doce monos" es transportado entre las celdas donde hacinan a los criminales del futuro. Y los sistemas de comunicación a base de tuberías que interconectan cubículos de "Brazil" establecen un diálogo visual con la máquina de viajar en el tiempo de "Doce Monos", que parece enviar a los crononautas de una punta a otra de la línea temporal a puntapiés.

The Zero Theorem: vuelta a la casilla de salida

The Zero Theorem

Veinte años después del estreno de "Doce monos", Gilliam se ha convertido en un autor respetado dentro del cine fantástico actual. De insobornable personalidad autoral, acompañado siempre de estrambóticas historias acerca de rodajes apocalípticos (de su fallido Don Quixote, que llegó a generar un documental sobre cómo no se hizo, a la fracturada "El imaginario del Doctor Parnassus"), Terry Gilliam decide cerrar su trilogía de distopías futuristas con "The Zero Theorem", una película decididamente inferior a "Brazil" y "Doce Monos", pero que posee indiscutibles puntos de interés.

Aquí, Gilliam nos cuenta cómo un oficinista mucho más tronado que el gris Sam Lowry de "Brazil", Qohen Leth (Christoph Waltz) consigue convencer a sus superiores de que le dejen trabajar en casa. A cambio tendrá que indagar de forma incansable en el Teorema Zero, un complejo cálculo informático que podría revelar una verdad insospechada sobre el futuro del universo. El guion, de obvias pero bastante crípticas lecturas religiosas, es obra de Pat Rushin, que afirma que escribió sus 145 páginas en apenas diez días, en un estado cercano al trance y como respuesta a una serie de preguntas sobre el sentido de la vida que le surgieron tras la lectura del Eclesiastés.

Una primera tentativa de producción arrancó con Ewan McGregor de protagonista y más tarde, ya con Gilliam al frente, con Billy Bob Thornton, Jessica Biel y Al Pacino. El rodaje se paralizó en 2009 cuando Gilliam tuvo que centrarse en acabar "El imaginario del Doctor Parnassus" tras la muerte de Heath Ledger.

Oficialmente, Gilliam manejó dos referentes para el aspecto visual de la película: las enigmáticas pinturas del alemán Neo Rauch y el artista de los años treinta Cliff Edwards, conocido como Ukelele Ike y popular por poner voz a Pepito Grillo en la película de animación de Disney. Nosotros detectamos un par más, no declaradas: por una parte, el mundo futuro, colorista, invasivo e inquietantemente cercano del cómic "Transmetropolitan", la obra maestra de Warren Ellis y Darick Robertson protagonizada por otro calvo ilustre (aunque mucho más lenguaraz que Qohen), Spider Jerusalem. La urbe donde vive el protagonista de "The Zero Theorem" es muy similar a La Ciudad del cómic, rebosante de mensajes publicitarios personalizados, cultos extravagantes (¡la Iglesia de Batman!) y un aislamiento extremo disfrazado de conectividad constante.

También existe cierta conexión con el universo de Philip K. Dick, pero no el generado en novelas como "Ubik" o "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", sino el del propio escritor, concretamente con la iluminación mística que le sobrevino en su madurez y que se tradujo en libros alucinantes como "Valis" o "Radio Libre Albemut", así como la escritura de una delirante "Exégesis".

Red Hair

Qohen cree haber recibido una llamada que le avisa de que está a las puertas de descubrir los secretos del cosmos, y atribuye propiedades casi divinas al dueño de esa voz que no termina de decidirse a volver a entablar contacto. ¿Un posible guiño a Dick? Podría ser, sobre todo teniendo en cuenta cómo describe Pat Rushin que recibió la inspiración para el guion.

"The Zero Theorem" tiene severos problemas de ritmo en su tramo final, y hay un par de personajes secundarios que no terminan de encajar con el imaginario de Gilliam. Todo lo relativo a la empresa que da trabajo a Qohen, sin embargo, parece una prolongación de las ridículas organizaciones burocráticas de "Brazil" y "Doce monos", con sus encargos incomprensibles, objetivos inhumanos, protocolos agotadores y sistemas de trabajo repetitivos y demenciales.

El superior directo de Qohen podría ser un irritante secundario de "Brazil", y Dirección, el dueño de la empresa interpretado por Matt Damon... bueno, podría ser una versión industrial y mundana del Gran Hermano que nunca existió en aquella película. "The Zero Theorem" puede no ser perfecta (al menos, no lo es tanto como "Brazil" y "Doce monos"), pero el plano final rima en consonante con las desoladoras conclusiones de sus dos precedentes. Un futuro en el que no tienen cabida los finales felices porque... bueno, Gilliam podrá ser un soñador, pero no un iluso. Y ese es el futuro que nos espera.

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