Esto es lo que pasa en nuestro cerebro cuando pasamos miedo, y por qué algunos lo disfrutan tanto

Esto es lo que pasa en nuestro cerebro cuando pasamos miedo, y por qué algunos lo disfrutan tanto

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Esto es lo que pasa en nuestro cerebro cuando pasamos miedo, y por qué algunos lo disfrutan tanto

Un año más, ¡bienvenidos a la noche más terrorífica del año! Halloween, fiesta para celebrar el miedo.

¿Celebrar el miedo? ¿No se supone que el miedo es una sensación desagradable? ¿Acaso celebramos la pena, la ira o el odio? ¿Qué tiene el miedo que por un lado nos aterra pero por otro nos encanta? Vamos a ver si respondemos a todo esto justo a tiempo para la noche de Halloween.

¿Qué es el miedo?

El miedo es una sensación en principio desagradable que se produce cuando intuimos algún peligro, ya sea real o imaginario, en el presente o en el futuro. El miedo nos ayuda a sobrevivir, porque nos ayuda a evitar el peligro cuando es posible, y a desarrollar la respuesta necesaria cuando el peligro está cerca, para así poder afrontarlo, la famosa reacción de lucha o huida.

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No solo el ser humano siente miedo: todos los animales y y algunos vegetales desarrollan respuestas parecidas cuando perciben la posibilidad de un peligro. Se trata de una herramienta de adaptación evolutiva: aquellos individuos que saben evitar los peligros y por tanto sobrevivir más tiempo, tienen más posibilidades de reproducirse y pasar sus genes a la siguiente generación.

Nace en el cerebro y se extiende por el cuerpo

El miedo nace en una región del cerebro llamada amígdala cerebral. Esta región, situada en el núcleo del lóbulo temporal, se dedica a analizar el impacto emocional que tiene cada estímulo, cuánto significado tiene algo para nosotros. En el caso del miedo, la amígdala detecta las amenazas, explica aquí el profesor Arne Öhman, del Laboratorio de las Emociones del Instituto Karolinska sueco.

Un estímulo amenazante, como por ejemplo ver un depredador, despierta la respuesta emocional del miedo, que a su vez activa otras áreas del cerebro relacionadas con las funciones motoras implicadas en la respuesta "fight os flight". También desencadena la liberación de hormonas del estrés y pone en marcha el sistema nervioso simpático, que controla los músculos lisos, el sistema cardíaco y las glándulas del cuerpo. Con esto ya tenemos al cerebro listo para tomar el control de la situación.

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Esto provoca cambios corporales que nos ayudan a ser más eficientes en el momento de enfrentarnos a un peligro: el cerebro está alerta, las pupilas se dilatan, los bronquios se abren y la respiración se acelera. El ritmo cardíaco sube y la presión sanguínea con él. La sangre distribuye glucosa a los músculos mientras que los órganos que no son necesarios en una situación de este tipo, como el estómago o los intestinos, reducen su actividad. Estos son solo algunos de los cambios que explica aquí la profesora de Psicología Bundy Mackintosch.

Otra zona del cerebro viene a ayudar

En estrecha conexión con la amígdala trabaja el hipocampo. El hipocampo y la corteza prefrontal traen el análisis racional, ayudando al cerebro a interpretar la amenaza que este ha percibido procesando la información que proviene del contexto. Esto, resumen Thomas F. Giustino y Stephen Maren, investigadores del Departamento de Psicología y del Instituto de Neurociencia de la Universidad de Texas, nos ayuda a saber si la amenaza percibida es real o no.

El análisis racional ha convencido a la respuesta emocional de que no hay peligro cercano a la vista

Por ejemplo. Ver un asesinato puede desencadena una fuerte reacción de miedo. Pero ver el mismo asesinato en una película emitida por la televisión puede resultar intrigante e interesante. Esto ocurre porque el hipocampo y la corteza prefrontal han aportado información contextual, parando la respuesta de la amígdala.

De alguna forma, el análisis racional ha convencido a la respuesta emocional de que no hay peligro cercano a la vista. Este diálogo ocurre de forma distinta en cada persona, e influyen nuestras experiencias en el pasado, nuestros miedos aprendidos y muchas otras cosas que hacen que, ante el mismo estímulo, para algunos sea más fácil superar el miedo instintivo que para otros.

¿Por qué nos gusta pasar miedo?

Ver películas de terror, entrar en atracciones donde pretenden matarte a sustos, hacer deportes de riesgo, acariciar animales peligrosos... Mucha gente disfruta con actividades que les asustan. Si es una sensación desagradable, ¿por qué suelen repetir?

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Hay varios motivos. Por un lado, porque a veces como decimos el lado racional se impone al emocional y eso nos sirve para disfrutar lo que por lo demás puede ser una buena película o atracción. Cuando esto ocurre, cuando somos capaces racionalmente se sobreponernos a algo que nos estaba de alguna forma dando miedo y así disfrutarla, obtenemos una sensación de control, aderezada con una buena descarga de adrenalina, que resulta muy placentera.

Por último, mucha gente disfruta las sensaciones de miedo cuando hace estas cosas porque son absorbentes y nos distraen de nuestros problemas cotidianos. Si lo que te va es el puenting, cuando saltas no estás pensando en tus problemas con tu jefe, en la última pelea con tu parea o, en fin, lo que sea que te preocupe.

Vale, pero no todos disfrutamos igual

No, no todo el mundo disfruta con esto. Hay gente que no soporta pasar miedo y otros a los que la mayoría de las cosas creadas para darnos miedo, como las películas o las casas del terror, resultan aburridas. La causa está en que a veces se produce un desequilibrio entre la excitación que nos causa la respuesta emocional y la sensación de control tras el análisis racional.

Por ejemplo, cuando la experiencia es demasiado real y nos cuesta apreciar el contexto de que en realidad estamos seguros, podemos terminar pasando demasiado miedo. Esto puede pasar si la película o atracción en cuestión son especialmente buenas, tienen efectos especiales sofisticados o contienen personajes o elementos que nos asusten de forma especial, como le ocurre a mucha gente con los payasos.

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En el caso contrario, a veces la experiencia no despierta la reacción de la amígdala porque no es lo suficientemente intensa, o resulta demasiado falsa y es rápidamente desmontada por el hipocampo, y entonces en vez de terrorífica, resulta aburrida e incluso irritante.

Puede ocurrir si la atracción no está bien hecha, por ejemplo, o si en la película en cuestión sale un tema que controlas especialmente: quizá un experto en arácnidos no sienta miedo con una película de arañas y termine pasando el rato encontrándole defectos.

Imágenes | iStock
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