El día en que casi descubrimos ébola en una cueva asturiana

El día en que casi descubrimos ébola en una cueva asturiana
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La tarde del 17 de junio de 2002 más de quinientos murciélagos aparecieron muertos en la cueva de Lloviu en Asturias. Entonces no lo sabíamos, pero, en los meses que antecedieron a esa tarde, miles de murciélagos habían aparecido muertos en cuevas de España, Francia y Portugal.

No era la rabia, ni ninguna enfermedad conocida hasta ese momento. No podía ser una intoxicación por pesticidas o veneno y la causa meteorológica (que afecta sobre todo a las crías del murciélago) tampoco cuadraba con lo que estaba pasando. ¿Qué estaba matando a los murciélagos del sur de Europa?

¿Ébola? ¿Ébola en Asturias?

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Nadie lo sabía. Y por más que investigaron no había una explicación razonable. Unos años después y casi por casualidad, cuando se descubrió que los murciélagos de la fruta podían ser reservorios vivos ("almacenes") del ébola, Antonio Tenorio (jefe del laboratorio que había tratado de desentrañar el misterio de la cueva de Lloviu) tuvo una idea.

Según los estudios preliminares, podíamos estar hablando del primer reservorio salvaje del ébola en Europa

Comparó las muestras de los murciélagos asturianos con el virus del ébola y, según los resultados, las coincidencias genéticas llegaron al 75%. Eso hizo saltar todas las alarmas.

Como explica Javier Yanes, según la clasificación actual, "un virus es ébola si se parece en más de un 50% a él". ¿Eso quería decir que teníamos ébola en libertad en plena Europa septentrional? España no tiene instalaciones que permitan trabajar en estas condiciones, así que los investigadores del Instituto de Salud Carlos III y del CSIC se aliaron con la Universidad de Columbia y los laboratorios Roche para poder responder a esta pregunta.

El virus de Lloviu

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Tras un largo proceso de estudio, la cifra definitiva bajó a poco menos del 50%. Es decir, por muy poquito era algo distinto del ébola, pero, aun así, era lo más parecido que habíamos encontrado nunca al terrible virus africano. Y lo habíamos encontrado en murciélagos en libertad en el corazón de Asturias. Habíamos descubierto el Virus de Lloviu.

La teoría que se maneja es que, en cierta forma, el lloviu es la némesis del ébola. Éste último nos provoca fiebres hemorrágicas (y, potencialmente, nos causa la muerte) pero no afecta a los murciélagos. En cambio, creemos que el lloviu actúa al revés: afecta a los murciélagos, pero a nosotros no nos hace ni cosquillas.

No sabemos a ciencia cierta si el virus de Lloviu es inocuo y no lo podremos saber porque hemos gastado todas las muestras que teníamos

¿Podemos estar seguros? Lo cierto es que no. Pensamos eso porque lo encontramos en lo que parecía una epizootia (es decir, una 'epidemia' animal) y porque, pese a que las cuevas están abiertas al público, no se ha dado ningún caso documentado de contagio por virus de lloviu.

Confirmado su gran parecido con el ébola, durante un tiempo, se especuló que podía utilizarse para crear la vacuna que llevamos años buscando. No fue así. Tampoco podemos seguir investigando porque, como explicaba Gustavo Palacios (uno de los investigadores que lideraron el estudio original), "todo el material de muestra se ha consumido".

Es decir, las pocas muestras que teníamos del virus se gastaron investigando qué era y, mientras no aparezcan más, no podemos estar seguros de que sirva para generar la vacuna, ni de que el virus sea inocuo para nosotros. Por no poder, no podemos ni asegurar a ciencia cierta que sea mortal para los murciélagos (ni que, por tanto, los de la cueva de Lloviu murieran a causa de él).

Los 'primos' olvidados del ébola

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El lloviu no es el único filovirus del que sabemos poco. Los filovirus están compuestos por tres géneros: los ebolavirus (Zaire, Reston, Bundibugyo, Sudán y Tai Forest), los marburgvirus (Marburg y Ravn) y los cuevavirus (Lloviu). Ocho virus en total. De los ocho, la comunidad científica solo ha prestado atención a tres de ellos: Zaire, Sudán y Marburg.

Los virus pueden mutar y, de hecho, lo hacen. No debemos bajar la guardia

Es lógico. Estamos hablando de unos de los virus más letales que se conocen y llegan a tener una mortalidad del 90%. Pero desatender al resto de los filovirus, como avisan en un artículo recientemente publicado en FEMS Microbiology Review, puede ser un error muy grave. De los cinco filovirus olvidados, tres han causado enfermedades a humanos ocasionalmente y dos de ellos (creemos que) son inocuos.

Pero no hay ninguna razón para pensar que eso vaya a seguir siendo así. Los virus pueden mutar y lo hacen a menudo. Nuestro desconocimiento de la epidemiología, la ecología y la distribución geográfica de los filovirus es muy escaso. Si alguna vez hay un brote nos pillará totalmente desprevenidos y eso puede ser un gran problema.

¿Tenemos capacidad para combatir un posible brote?

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Todo se complica aún más si tenemos en cuenta que hay poquísimos centros con capacidad para trabajar con este tipo de virus. En España, como comentaba antes, no existe ningún laboratorio con un nivel de contención biológica 4 (NBC-4). Lo más parecido es el del Centro de Investigación en Sanidad Animal que tiene un nivel 3+. No es suficiente.

En 2014, Fernando Usera, jefe del Servicio de Protección Radiológica y Bioseguridad del Centro Nacional de Biotecnología decía que "es discutible que necesitemos un NCB4 en España; hasta ahora no hemos tenido agentes patógenos del grupo 4 en nuestro territorio y son instalaciones tremendamente caras que además suelen tener una actividad discontinua, porque hay pocos proyectos que requieran su uso". Es decir, posiblemente la falta de medios técnicos es una medida razonable, pero evidencia con claridad las dificultades a las que nos enfrentaríamos frente a un eventual brote.

Y es que la epidemia del zika no es más que el último caso de una larga lista que deja claro que el mundo globalizado requiere esfuerzos internacionales (o mejor aún, transnacionales) para hacer frente a las amenazas sanitarias. Lamentablemente aún queda mucho para conseguirlo y se hace inevitable pensar que no conseguiremos esa colaboración real hasta que no le veamos los dientes al lobo.

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