Por qué no es suficiente intentar concienciarnos con la contaminación para que usemos menos el coche privado

Por qué no es suficiente intentar concienciarnos con la contaminación para que usemos menos el coche privado
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Ayer por la noche saltaba la polémica, el Ayuntamiento de Madrid anunciaba que los niveles de contaminación en la ciudad hacían necesario tomar medidas drásticas. Aunque aún no está claro cuáles son estas medidas, el debate está en la calle: ¿De verdad es necesario tomar medidas de este tipo? ¿No basta con 'concienciar' a la gente?

La ciencia lleva mucho tiempo estudiando el cambio de comportamientos y actitudes para hacer frente a algunos de los mayores problemas sociales y medioambientales. ¿Tiene algo que decir sobre este debate?

¿Entiende la gente los riesgos de la contaminación?

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Con dificultades, la verdad. Y este es el primer problema, ¿hasta que punto las personas son capaces de ver el problema y entenderlo? Sabemos que los riesgos a corto plazo (el humo, el picor de ojos, la garganta reseca) son fácilmente detectables en la experiencia personal; pero eso no pasa con los problemas a largo plazo, aunque sean más preocupantes y peligrosos. Es un principio psicológico bien documentado que las personas tienden a descartar ganancias y pérdidas futuras y esto juega un papel importantísimo en numerosos problemas sociales y medioambientales (desde la seguridad social al cambio climático).

A esto se le suma que salvo en picos en los que la contaminación se hace evidente, solo tenemos experiencia y conocimiento de las consecuencias de la contaminación gracias a noticias de lugares lejanos, exóticos y distantes o que evaluar el impacto individual en el problema es complejo, el problema se complica mucho más. Sabemos que los efectos que nos parecen poco probables tienen da subestimarse en la toma de decisión individual. A menos que los hayamos sufrido recientemente, caso en el que sobrestiman de forma desorbitada.

Muchos métodos de comunicación de riesgos, mal implementados, pueden ser contraproducentes.

Para atajar estos problemas de percepción y toma de decisiones, se ha desarrollado una importante investigación en comunicación de riesgo (DiMento & Doughman, 2007; Leiserowitz, 2004, 2006; Moser & Dilling, 2007; O’Connor, Bord, Yarnal, & Wiefek, 2002) y parece claro que el miedo y los mensajes apocalipticos pueden tener efectos muy potentes en el cambio conductual de las personas y los grupos sociales (Reser, 2009). El problema es que estos métodos presentan muchos problemas a medio plazo e incluso ser contraproducentes (como hemos visto, por ejemplo, en el caso de los movimientos antivacunas).

¿Qué barreras existen?

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La principal y fundamental es el urbanismo. O mejor dicho, la forma en la que la gente se ha adaptado y ha creado hábitos de vida alrededor del urbanismo. Los modelos urbanos no son elementos neutros y, está es la principal consecuencia, los hábitos de vida suelen entretejerse con ellos.

Se tardaron más de cuarenta años en que el tabaco dejara de ser una práctica socialmente respetable.

Otro mecanismo psicológico bien establecido que interviene aquí es la "disonancia cognitiva". Si una persona se ve obligada a ir a comprar en coche, acabará pensando que eso es bueno. Si una persona se ve obligada a ir a trabajar en metro, acabará pensando que es lo mejor.

Nuestro hábitos, nuestras ideas, el modelo urbano y las dinámicas sociales forman una red muy tupida de la que es muy difícil escapar. Se tardaron más de cuarenta años en que el tabaco dejara de ser una práctica socialmente respetable y eso que no era una herramienta básica en el día a día de miles de personas.

¿Cómo se adapta la población para reducir la contaminación?

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Mal. Adaptarse y hacer frente a la contaminación en entornos urbanos es algo continuo y cambiante que involucra muchos procesos psicológicos que influyen en las reacciones a los efectos adversos de la contaminación.

La mayoría de esos procesos no son triviales y requieren muchos recursos cognitivos: cosas como la compresión del problema, la atribución causal de responsabilidad de los efectos adversos a la contaminación; las evaluaciones (científicamente correctas) de impacto, recursos y posibles respuestas de afrontamiento; o los procesos motivacionales conllevan tiempo, formación y cambios importantes en nuestros estilos de vida.

¿Es racional dejar de usar el vehículo propio? Para la mayor parte de usuarios, no.

En los últimos años, se ha avanzado mucho en el estudio de la racionalidad ecológica, donde ecológica no se refiere a 'medioambiental' sino a 'adaptada al contexto de cada persona'. Desde las teorías de la racionalidad ecológica, se preguntan si es racional que un ciudadano medio sepa cosas de astronomía aunque no tenga ninguna utilidad para él y conlleve una gran cantidad de recursos. Y no, la respuesta es que no es nada racional.

Por eso, las personas elegimos fuentes fiables de información y nos dejamos influir por los medios y por el discurso social (formal e informal). Esos intermediarios (proxies) son fundamentales para poder adaptarnos a situaciones que no controlamos. Por eso lo de concienciar nos suena bien: porque funciona (aunque sea lento). Pero, ¿sabéis quién es un intermediario o proxy también? Exacto, el gobierno (o, en este caso, el ayuntamiento).

Cuando la 'concienciación' no basta

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Hay muchos factores que intervienen a la hora de decidir cómo intervenimos para cambiar la conducta de grandes grupos de población: la percepción social, el costo de adaptación, el tiempo del que disponemos, el riesgo de la amenaza, etc...

Eso hace que nos decidamos por unos métodos o por otros. En realidad, la distinción entre concienciación y otras medidas es confusa (y, normalmente, ética). De una forma o de otra, y simplificando, todo son castigos y refuerzos. Con unos y con otros tratamos de reforzar y animar las conductas que 'deseables' y/o hacer desaparecer (castigar) las conductas no deseables.

La legislación y la normativa también funcionan así. La cuestión es que precisamente por eso, la sociedad las usa como proxy para entender la seriedad y el impacto de los problemas. Prohibir algo no solo es castigar algo, es lanzar el mensaje social de que ese algo es peligroso o poco deseable.

Vivimos en sociedades democráticas y por eso mismo las decisiones de las instituciones públicas debe evaluar críticamente los riesgos y los beneficios de cada política. Si queremos cambiar ahora mismo la ciudad, está claro que concienciar no basta, hay que dar el siguiente paso.

Imágenes | Sergio Cambelo, The Art of York Berlin, sunshinecity

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