¿Dónde van nuestros gadgets cuando mueren?

¿Dónde van nuestros gadgets cuando mueren?
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Hablamos mucho de gadgets. Sobre todo de los que ven la luz. De lo que hablamos menos es de los gadgets que mueren, de los que tiramos.

El mundo entero genera unos 48,9 millones de toneladas de basura tecnológica al año y pese a su peligrosidad, solo una pequeña parte se reciclan. Por ejemplo, en España hace unos años se consumían unos 567 millones de kilos de nuevos aparatos y se estima que deberían reciclarse 369 millones de kilos cada año.

La vida secreta de los gadgets

Los televisores, las impresoras, los ordenadores y los móviles están llenos de materiales nocivos como arsénico, plomo, bromo, cadmio, fósforo o mercurio. Por eso, no es buena idea dejarlos sin más en un vertedero. Esas sustancias pueden pasar a la cadena trófica, envenenar el agua y afectar a los seres vivos (incluyendo, claro, a los humanos). El fósforo que contiene un televisor puede contaminar hasta 80.000 litros de agua; mientras que un frigorífico sin tratar genera una cantidad de gases invernadero equivalentes a las que genera un coche al recorrer 15.000 kilómetros.

Y no sólo son peligrosas para la salud y el medioambiente. Aunque a veces sea menos rentable para una industria muy escalda, si no que recuperarlos requiere menos energía (un 10% en el caso del cobre) y se generan menos desechos (un 98% menos).

¿Qué ocurre con nuestros dispositivos cuando se los llevan?

Eso se preguntaron en la Basel Action Network, una organización de Seattle que trata de monitorizar la Convención de Basilea de 1989 que regulaba los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos. Era (y es) una práctica relativamente habitual que los países ricos manden desechos peligrosos a los países pobres. Durante la década de los 80, y a medida que las regulaciones medioambientales hacían subir los costos de la eliminación de desechos, algunos barcos como el Katrin B navegaban de puerto a puerto tratando de descargar desechos donde podían llamaron la atención del público. La Convención de Basilea intenta 'racionalizar' este tipo de acuerdos y crear una regulación útil para impedir desmanes.

                             

La BAN (Basel Action Network) se pudo en contacto con el MIT para insertar 200 dispositivos localizadores de GPS y monitorizar el recorrido que hacían desde el punto de recogida hasta el lugar donde realmente terminaban. Muchos de los productos (sobre todo los más antiguos) viajaron bastante lejos. Terminaron en el sudeste asiático donde eran desmantelados por trabajadores sin protecciones contra los materiales pesados y los tóxicos químicos. Una violación total de la legislación internacional.

Curiosamente, Estados Unidos, que envía unos 50.000 camiones llenos de equipos electrónicos para reciclar cada año, ha firmado la convención de Basilea pero no ha declarado ilegal estas prácticas.

¿Qué ocurre en España?

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En España, no pasa lo mismo. Oficialmente. Aunque merecería la pena realizar un experimento similar. Lo cierto es que en toda Europa hay una preocupación muy seria sobre el asunto. El año pasado, en España se aprobó un Real Decreto sobre Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) que mejora la legislación y la adapta a la europea.

La intención es combinar una legislación efectiva con facilitar el reciclado de cualquier dispositivo. Desde el año pasado momento, para aparatos pequeños ("de hasta 25 centímetros") no será necesario acudir a un punto limpio, las tiendas de aparatos eléctricos y electrónicos deben aceptar gratis (y sin necesidad de comprar otro a cambio) los equipos ya usados por los consumidores. También se incorporaba el uso de internet en el proceso de entrega para su tratado y reciclaje.

Pese a estas innovaciones, el centro de el sistema de reciclado de residuos eléctricos y electrónicos sigue siendo el 'punto limpio).

Una vez que los residuos llegan a las plantas de reciclaje, se les retiran los elementos contaminantes, y el resto de componentes (plástico, aluminio, cobre o vidrio) se procesan para fabricar nuevos productos. El proceso es relativamente sencillo en comparación con el de otras industrias (la mayor parte de los componentes pueden separarse por medios mecánicos y se calcula que el 70% de cada dispositivo puede transformarse en materias primas); no obstante, el manejo de desechos tóxicos es delicado.

Aún queda mucho por hacer, sobre todo en países en desarrollo que están consumiendo masivamente equipos electrónicos. Pero sin duda, cada vez es más cierto que nuestros gadgets van a un lugar donde son tratados como se merecen. Aunque no en todo el mundo.

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